ASPECTO FEMENINO PROFUNDO
El aspecto femenino profundo representa el vínculo con la vida y posee el don de sacralizar cada acto cotidiano, dotándolo de voluntad, sentido y sentimiento. Esta poderosa energía nos lleva a sentir la vulnerabilidad. Sus cualidades más significativas son la interrelación, la colectividad, la integración, la unidad, el cuidado del otro, la sanación, la nutrición, la acción compasiva y la capacidad sintiente. Despertar a estas cualidades nos capacitan para abrazar todas las partes que excluimos de nosotros mismos.
LEER MÁS.“Hace más de 27 años, inicié una trayectoria de exploración, autoconocimiento y despertar del aspecto femenino profundo con un primer grupo de mujeres, concretamente en el año 1993, al que más adelante se unirían sus parejas y otras personas afines a esta iniciativa. Este primer grupo se convertiría en la semilla del proyecto Amalurra. Los primeros encuentros fueron como una sacudida en la que los contenidos inconscientes brotaron a la superficie con facilidad. Delante de nosotras, se presentó todo lo que habíamos rechazado. Más adelante descubriríamos que no se trataba solo de material propio, sino que una parte de estos contenidos inconscientes estaba vinculada a nuestros ancestros y a la sociedad y que eran manifestación de muchos de los atributos femeninos culturalmente rechazados. De hecho, según las investigaciones de eruditos como la arqueóloga Marija Gimbutas, el aspecto femenino profundo, presente tanto en hombres como en mujeres, quedó relegado al ámbito de la sombra (inconsciente) con la desaparición de lo que ella denominó la civilización de la Diosa (entre el 7000 y el 3000 a. C.).
El sistema patriarcal que se impuso a continuación valoró la mente, la razón, el materialismo, la fuerza o la lógica por encima de los atributos femeninos de la conectividad, la capacidad de relacionarse, la compasión, la vulnerabilidad, la nutrición o la integración, entre otros. Siempre según Gimbutas, la vida se comenzó a orientar hacia el consumismo, el hedonismo y la codicia material mientras se reprimía el contacto con la vulnerabilidad, con lo creativo o con la dimensión del placer, de la alegría o del juego, como manifestaciones del espíritu. Sin embargo, la cultura vasca conservaría las tradiciones de la civilización de la Diosa a lo largo de milenios debido a que el cristianismo llegó tarde al País Vasco. Incluso, a algunas regiones montañosas, ni llegó.
El objetivo primordial de nuestros círculos iniciales fue reconectarnos con la conciencia matrilineal, ligada a la sabiduría vinculada a la Tierra, al inconsciente y a los instintos vitales. Ello implicaba salir de la dominación ejercida por el arquetipo masculino negativo, así como por la mentalidad patriarcal caracterizada, básicamente, por el afán de poder, las posesiones, el control y contenidos de conciencia carentes de emoción. Los primeros pasos de contacto con esas partes negadas se produjeron al intentar salir del autoabandono en el que, en muchos casos, se había caído, bien en las relaciones de pareja, bien en las familiares o sociales, a fin de recuperar el lugar que nos correspondía. Lo más doloroso fue tomar conciencia de que nosotras mismas habíamos renunciado a nuestro verdadero sentir a cambio de otros intereses, como seguridad, imagen o posición. Esta era la razón por la que muchas habíamos perdido autoestima e integridad.
El intento de desapegarnos de dichos intereses nos puso en contacto con los sentimientos y las emociones más enterrados. Ponernos de pie exigía afrontar el dolor de sentirnos solas o abandonadas, como resultado de todo lo que fue emergiendo al decidir despertar y mirar en la profundidad, dando los primeros pasos hacia la tan anhelada libertad. En el momento en el que nos abrimos conscientemente a sentir nuestra vulnerabilidad, nos encontramos con heridas cuyos contenidos, a menudo, proyectábamos mayormente en el hombre. Nos llevó tiempo darnos cuenta de que esos contenidos que él nos devolvía eran nuestros propios pensamientos de infravaloración hacia nosotras mismas, pues, al igual que ellos, habíamos sido educadas en un sistema patriarcal. Resultaba obvio que despertar al aspecto femenino profundo no era asunto de género. Por lo tanto, en los círculos mixtos, trabajamos por acercarnos a la vulnerabilidad para llegar a abrazar e integrar lo femenino y lo masculino en cada uno de nosotros.
Esta intención estaba en sintonía con el espíritu del proyecto, es decir, avanzar hacia el equilibrio entre las energías femenina y masculina dentro del individuo, como etapa previa a la integración de los opuestos. Al inicio, no resultó fácil caminar en esta dirección, ya que nos topamos con una gran resistencia inconsciente. Una parte provenía de nuestros contenidos personales y otra era reflejo de contenidos del inconsciente cultural de nuestro pueblo, en el que se hallaban las memorias relacionadas con los sucesos traumáticos que el País Vasco ha vivido y que, por su carga dolorosa, evitábamos contactar. De este modo, fuimos contactando con el sentimiento y, por ende, con nuestro aspecto femenino profundo”.