Comunidades Amalurra: Artzentales, Caparacena y Can Cases

El proyecto Amalurra surgió y permanece vibrando en mí como un impulso propio e intrínseco. En los inicios de su despertar, este impulso comenzó a manifestarse en mi interior en la forma de una energía buscadora y transformadora que me alentaba a moverla en mí y en otros, a plasmarla en un escenario transformativo, y a usarla como una herramienta de crecimiento. De esa manera fue como ese impulso se convirtió en el espíritu fundacional de las comunidades Amalurra, las cuales, sin ser lo único, sí que han sido las formas más visibles de su materialización. Las comunidades surgen como el fruto de la confluencia temporal de dos movimientos: el mío, que me mueve a compartirme y compartir el sueño que me anima, y el de otros, un movimiento colectivo formado por las personas que individualmente sintieron la simbiosis con este impulso.

Como portadora de la energía fundacional de Amalurra, me sentí y me siento animada por el fuego expansivo de los valores que la sustentan. Ese fuego me ha llevado a hacer todo lo que he hecho y, sin duda, será el que me lleve a concretar otras formas de materializarlo. Enorme ha sido esta experiencia y profundos los aprendizajes de esta etapa que ya se termina. A modo de resumen, compartir como fundadora y como miembro, que mientras las comunidades sintieron la simbiosis con la energía fundacional que porto, el movimiento unificado nos hizo y las hizo desarrollarse y florecer en la dirección de ese impulso colectivo que, cuidándose, cuida de quien lo conforma. Pero, en el momento en que el interés y movimiento de la mayoría de los participantes se ha separado de la intención original, los caminos se han ido bifurcando.

Ahora, yo he soltado los proyectos de comunidades para seguir con el impulso inicial que llamé Amalurra y crear nuevos proyectos en sintonía con el mismo.

EXPERIENCIAS AMALURRA

A continuación os presento experiencias en las que se han desarrollado los valores intrínsecos del proyecto Amalurra a través de la aplicación de las herramientas y prácticas orientadas al desarrollo personal y colectivo. De esta práctica, he podido extraer un conocimiento profundo basado en mi propia experiencia y vivencia como inspiradora y facilitadora del proyecto Amalurra, así como en la experiencia interrelacional de todos los que han participado en él. Se trata de un conocimiento profundo que conecta con los valores inherentes al ser humano como la excelencia, la unidad, el compromiso, la responsabilidad, el trabajo en equipo, la cohesión, la resiliencia, la creatividad, la belleza, el cuidado, la solidaridad o la hospitalidad, entre otros.

· Comunidades (1993 - inicios 2020).

· Regeneración de la Tierra.

· Hospitalidad Consciente: hotel, restaurante, spa, espacios abiertos.

· Voluntariado: el trabajo como transformación.

· Jóvenes Amalurra.

· Espacios con Alma.

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COMUNIDADES (1993 - inicios 2020)

La materialización más conocida del proyecto Amalurra ha sido la creación de tres comunidades intencionales Amalurra. Las comunidades intencionales o de conciencia (McLaughlin y Davidson) involucran al individuo en una forma cooperativa de vida, marcada por nuevas actitudes y valores, que favorece el crecimiento personal y el autoconocimiento en el marco de la interrelación con las demás personas. El primer proyecto de comunidad se desarrolló en el País Vasco.

Posteriormente, nacerían la comunidad de Caparacena, en Granada y de Can Cases, en Barcelona.

Las tres comunidades han sido una prueba tangible de que la vida compartida aporta una mirada más amplia que facilita tomar conciencia de lo que permanece inconsciente en nuestro interior.

Nuestros vínculos de pertenencia a una familia y a un pueblo sellan la naturaleza comunitaria de nuestra existencia en este mundo. Sin pretender extrapolar nuestra experiencia, ni establecer generalidades más allá de lo que han sido nuestras vivencias de toma de conciencia en este sentido, quiero compartir los hallazgos de mi trabajo con los miembros de las comunidades, quienes han reflejado, de alguna manera, a sus pueblos de origen.

Amalurra en Artzentales, Euskal Herria

Fue la primera y, por ello, ha llevado el sello de la confianza y del aprendizaje constante en el recorrido hacia la materialización del impulso. Creada en un corto espacio de tiempo, surge de la dedicación, el entusiasmo, la cooperación y el compromiso por alcanzar un propósito tanto individual como colectivo. Esta comunidad fue fruto de un proceso de trabajo interno con el que nos comprometimos para ir más allá de nuestros límites o condicionamientos adquiridos.

Nuestra intención fue poner en práctica valores que definen una vida más humana, basada en la cooperación a través de las interrelaciones personales y de objetivos de trabajo comunes, fomentando la ayuda mutua y la resolución de conflictos. En definitiva, conformamos un grupo de personas con aspiraciones colectivas, comprometidas con nosotros mismos y con nuestro entorno familiar, social y natural. Gracias a la plataforma comunitaria, se alcanzó un nivel de cohesión personal, familiar y social que se fue expresando en un sentido de solidaridad, unidad y pertenencia y, sobre todo, en el cuidado de todas las personas que se fueron acercando al lugar.

Esta comunidad fue abriendo camino y, en ella, cada piedra, cada construcción y cada rincón emanan la vibración de una labor, inapreciable pero titánica, de transformación y aceptación de la densidad que nos iba saliendo al paso bloqueándonos el camino en muchas ocasiones. Atenta a esta andadura, he visto manifestarse la nobleza de un pueblo soberano, conectado a la tierra y al cielo a través de sus tradiciones, que respeta a sus ancestros como portadores de su memoria y sus valores, y cuyos fundamentos son el honor y la fidelidad a la propia identidad.

A lo largo de su trayectoria, esta comunidad ha constelado el complejo de nuestra propia cultura: la dificultad para sentir el dolor y hacer duelo por las memorias de pérdida con las que resonamos dentro del campo colectivo (persecución a las mujeres acusadas de brujería en 1610 y el bombardeo de Gernika en 1937).

El trauma colectivo contribuyó a debilitar el tejido de la sociedad y, con ello, el contacto con las cualidades que lo caracterizan: la dignidad, la honestidad, la conexión y la autenticidad. Como es natural, ante la intensidad del dolor del trauma, la reacción fue negar o reprimir los sentimientos de vulnerabilidad y miedo que, a menudo, encontrarían expresión en una actitud de orgullo o un complejo de aparente superioridad.

Estos aspectos de la sombra, que los integrantes de esta comunidad pudieron reconocer en sí mismos al contactar con estas memorias, son, precisamente, los que han debilitado el tejido comunitario, alejándonos de la esencia o del impulso que un día nos movió a transitar este camino. Hoy podemos decir que hemos hecho un camino en dos direcciones. Por un lado, hacia el sueño de vida en comunidad arraigado en nuestra profundidad al ser esta una herencia cultural y, por otro lado, hacia el alejamiento de este mismo sueño ante la incapacidad de hacer duelo de las pérdidas. El primero fue un acto consciente; el segundo ha viajado en un nivel más inconsciente. Ahora, el desafío individual es hacer consciente lo inconsciente e integrar el aprendizaje para que se pueda florecer en la siguiente etapa, independientemente de cuál sea esta para cada quien.

Amalurra en Caparacena, Granada

La segunda de las tres, nace fruto de la pasión y de la confianza en su impulso. Más allá de la limitación de sus recursos, la árida tierra se fertilizó mostrando todo su esplendor y demostrando que un verdadero querer nos puede llevar mucho más lejos de lo que creemos. Este grupo experimentó un gran entusiasmo ante la oportunidad de dar forma al sueño comunitario que late en las memorias de su alma colectiva, pues se trata de un pueblo que aunó armónicamente credos y culturas. Sin embargo, el primer impulso hacia la materialización de la comunidad se vio frenado por una fuerte tendencia al abandono y la resignación, que se mostró ante los obstáculos y las dificultades del camino.

Amalurra en Can Cases, Cataluña

Esta comunidad nació, en esencia, como una puerta de acceso a la diversidad con la intención de la apertura a un movimiento cosmopolita. Su principal valor fue el sostenimiento ante la adversidad. Esta comunidad vivió el desafío a la hora de llevar la materialización al mismo término que las otras dos comunidades. El caminar grupal resultó un verdadero desafío debido al arraigado individualismo que a menudo obstaculizaba su propio impulso de caminar hacia un interés colectivo. El pueblo catalán, cuya esencia es valiente, generosa y aglutinadora, arrastra como actitud colectiva el miedo al conflicto.

REGENERACIÓN DE LA TIERRA

Uno de los principales objetivos del proyecto Amalurra es recuperar el vínculo ancestral con la Madre Tierra y, a lo largo de la materialización de la comunidad de Euskal Herria, el propio lugar fue expresando lo que necesitaba. Por ello, comenzamos las labores de recuperación y adecuación del terreno conscientes de que la naturaleza era un espejo que reflejaba nuestro itinerario interno. Nuestro proceso personal de introspección abarcó la intención de comunicarnos con la tierra que empezábamos a habitar.

En el caso de la comunidad de Artzentales, cuando llegamos allí, la finca llevaba varios años abandonada y estaba completamente cubierta por zarzas. Los edificios de sus anteriores habitantes, el seminario de la congregación alemana de la Sagrada Familia, se encontraban en ruinas. Las aguas estaban estancadas y los árboles autóctonos habían sido sustituidos por extensos bosques de pinares y eucaliptos.

Cuando plantamos los árboles, canalizamos las aguas, arrancamos las zarzas y liberamos la tierra para que respirara, fuimos reparando el abandono en un acto consciente por restaurar algo que ya era bello. De esa forma, nos unimos a la tierra y nos hicimos uno con ella. El amor que hoy se puede percibir en este lugar no proviene de nuestro corazón, ni siquiera de la tierra en sí. Lo que se respira es fruto del sentimiento de unión que experimentamos al aunarnos en torno a una misma intención.

Este proceso de trabajo personal, reflejado en el entorno externo de la comunidad, nos llevó a dar un giro importante en nuestras vidas, después de escuchar a la psique o alma expresándose a través de la tierra. De alguna manera, fue como escuchar la voz de los antepasados y recuperar el vínculo con ellos. La intención hecha acción trajo consigo la conexión con su conocimiento.

Euskal Herria (País Vasco) sufrió una masiva deforestación de sus árboles originarios, los robles y las hayas, como efecto del periodo de industrialización a mediados del siglo XIX, durante el cual hubo un abandono masivo de las zonas rurales hacia las ciudades donde surgían empresas siderúrgicas. La sencillez de las palabras de un jefe guerrero masai, a quien tuve el honor de conocer en el transcurso de una conferencia, reflejan el impacto de cualquier tala de árboles con una imagen muy elocuente: “A nadie nos gusta desnudarnos delante de los demás”, dijo. “Por eso, cuando talamos los árboles, desnudamos a nuestra Madre Tierra y afectamos la relación entre todo lo que existe sobre ella”. Con la tala de aquellos árboles en el País Vasco, también desapareció de la superficie el conocimiento que estos portaban. Pero la Tierra lo había guardado en su interior. Así, en un intento por rescatar ese conocimiento ancestral, procedimos a enriquecer la tierra arcillosa de la finca y plantamos más de 4.000 árboles autóctonos con el fin de participar en un proceso de cocreación de una forma de vida comunitaria, en tanto que es parte del legado ancestral humano.

En un principio, los árboles no prendieron debido a la sequedad de la tierra, y se echaron a perder. Por consiguiente, aramos la tierra y la cubrimos con paja, conscientes de que estaba necesitada de cuidados. Incluso realizamos ceremonias de tradiciones indígenas para apoyar el proceso de fertilización de la tierra. Mientras realizábamos esas labores, tuvimos la sensación de que la Madre Tierra nos envolvía en un profundo sentimiento de amor, como respuesta a nuestros cuidados. De alguna manera, la necesidad que todos tenemos de sentirnos amados parecía saciarse al vincularnos con la naturaleza y con el otro. Volvimos a plantar miles de árboles y, para sorpresa nuestra y de los vecinos, esta vez prendieron con fuerza, dando lugar a un tupido bosque de especies autóctonas. Comprendimos que la tierra reseca necesitaba que se le devolviera lo que se le había quitado y, cuando lo hicimos, esta resurgió con fuerza.

El agua, que es como la sangre de nuestras venas, está relacionada con el fluido de nuestras emociones. En un nivel profundo, las aguas estancadas de la finca nos reflejaban nuestras emociones contenidas y, a medida que las fuimos dejando fluir, también fuimos canalizando las aguas del terreno. De la misma manera que íbamos retirando los obstáculos que estancaban las aguas, abriéndoles paso para que fluyeran hacia su destino, así procedimos con nuestras emociones más retenidas. Al ir tomando conciencia de ellas, fuimos propiciando que encontraran su cauce, a fin de tocar el corazón, el lugar donde se encuentran los sentimientos que llevan a casa las partes perdidas de alma.

Como muchas tradiciones indígenas reconocen, las piedras y rocas tampoco son algo inerte; tienen vida, pues están dotadas del espíritu que anima toda la materia. Estas tradiciones se relacionan con las piedras porque contienen la memoria y la información más ancestral de la Tierra. El hecho de que las consideremos inertes se debe a la perspectiva occidental de que los humanos somos los únicos seres despiertos y dotados de inteligencia. Sin embargo, si aceptamos que la materia no es inerte, esta perspectiva deja de tener sentido y podemos percibir un campo lleno de diversidad y, al mismo tiempo, de seres animados diferenciados.

No obstante, nada de esto hubiera sido posible sin el trabajo que realizamos en contacto con la propia naturaleza. estableciendo una relación intuitiva y estrecha con los seres que la habitaban, cargada de amor y cuidado, ingredientes que más adelante aplicaríamos en la creación y mantenimiento de los jardines y las huertas. A lo largo de la materialización de la comunidad, fuimos conscientes de los elementales que habitan la Madre Tierra y, cada vez que los teníamos en cuenta a la hora de acondicionar el terreno, de plantar árboles, flores o preparar la tierra para cultivar, los resultados eran espectaculares. En las culturas orientales o en las indígenas americanas a estos seres se los conoce como los devas de las plantas, que vienen a ser los arquitectos que dan estructura y aportan energía al mundo vegetal.

Por ello, antes de realizar alguna de las mencionadas labores, procurábamos entablar una comunicación consciente y amorosa con estos seres, sintonizándonos con la naturaleza hasta sentir una corriente de amor en nuestro interior, a lo que la tierra respondía con creces. La fusión que a veces logramos con el plano dévico se plasmó en el entorno en forma de una energía fácilmente perceptible, tanto para los residentes como para los visitantes.

En definitiva, la comunidad Amalurra en Euskal Herria fue, en ese sentido, el resultado de haber atravesado las piedras, las aguas estancadas y las zarzas, es decir, todo lo que nos separaba de nuestra experiencia transpersonal de sentirnos unidos. Aunque solo fuera por unos instantes, pudimos disfrutar de sentirnos completos, uno con el otro, borrando la memoria de dolor de estar separados.

HOSPITALIDAD CONSCIENTE: HOTEL, RESTAURANTE, SPA, ESPACIOS ABIERTOS

El complejo hostelero, Amalurra Ecohotel & Retreat Center, además de constituir un parte del sustento de la creación y desarrollo de la comunidad de Euskal Herria, permitió cumplir dos objetivos vinculados a la esencia de Amalurra. Por una parte, el intento por salir del individualismo y rescatar un valor ancestral profundamente arraigado en el pueblo vasco como es la hospitalidad, acogiendo a quien quisiera acercarse al lugar. Por otra parte, se convirtió en una plataforma de evolución y desarrollo personal mediante la experimentación del trabajo en equipo y la cohesión, que permitieron practicar la solidaridad y desarrollar el sentido de pertenencia.

Decidimos materializar la expansión del proyecto con la construcción de un complejo hostelero donde acoger a quien quisiera acercarse al lugar. Nuestra intención fue hacer una contribución en la comarca, al tiempo que desarrollábamos la acogida y la hospitalidad: valores que desafiaban nuestro individualismo.

Así pues, en el inicio, abrir esta puerta hacia el exterior requirió descubrir todo aquello con lo que la bloqueábamos desde nuestro interior. Este proceso de crecimiento personal fue preparándonos para ofrecer un hospedaje consciente a medida que materializábamos las instalaciones con ilusión.

Por contar una anécdota, cuando resolvimos abordar la construcción del hostal, que luego se transformaría en hotel y la del comedor, que luego se convertiría en un restaurante, ningún banco accedió a concedernos las ayudas que solicitábamos. Comprendimos que la negativa reflejaba nuestros temores y resistencias inconscientes ante el nuevo paso. Por ello, cuando fuimos capaces de reconocer y habitar esos espacios de incertidumbre y temor, también pudimos conectar con el deseo genuino de ir más allá. Aquel movimiento interno tuvo un reflejo externo: los bancos se avinieron a darnos las ayudas que antes nos habían denegado. De este modo y, poco a poco, fuimos accediendo a la siguiente fase de nuestro recorrido, avanzando en nuestro desarrollo integral, conscientes de que todo lo que emergía a la superficie era una oportunidad para ello.

En un principio, decidimos emprender la construcción del hotel entre nosotros, ya que no contábamos con los recursos necesarios. A pesar de no tener experiencia en construcción, asumimos el reto de aprender de esa oportunidad apoyados por la ilusión, el entusiasmo y la fuerza del grupo. Levantamos paredes y las tiramos, hicimos y deshicimos, sobre todo en los casos en los que la obra reflejaba los aspectos inconscientes de quien estaba implicado y que se manifestaban en detalles que podían mejorarse.

En esas ocasiones, se trataba de tomar conciencia de ese aspecto para volver a rehacer el trabajo como una oportunidad de integrar lo que se había evidenciado. La mayoría de las veces, el resultado final mostraba una mayor estética y armonía, acompañado de la satisfacción de ver que la obra era un espejo de la transformación que había ocurrido en el interior. En otros casos, cuando la irresponsabilidad de un individuo repercutía en la economía grupal, este pagaría parte de los costos como una manera de asumirse a sí mismo. Por supuesto que esta manera de abordar las cosas producía una gran revolución interior. Pero el compromiso con la creación de conciencia y el hecho de mantener clara la decisión de no abandonar el propósito nos ayudaba a ir más allá.

Dentro de esta dinámica, no se trataba solo de levantar un hotel o unas paredes, ni de decorar unas habitaciones, sino de aunar fuerzas para sostener valores compartidos entre todos, a fin de que la materialización del proyecto fuera una expresión de los mismos. Entre otros muchos ejemplos, uno muy claro que ilustra esta intención fue la manera en que abordamos la decoración de las habitaciones del hotel, de modo que cada una transmitiera la esencia de una cualidad que le daría nombre, como el agradecimiento, la dignidad, la prosperidad, la belleza, la confianza, la alegría, la amistad o la serenidad.

Algunas habitaciones surgieron con gran facilidad, como la Confianza, la Alegría o la Amistad. Otras hubo que pintarlas varias veces hasta conseguir que expresaran la particularidad de su valor, como la Nobleza o la Ternura. La que más costó fue la habitación de la Dignidad, que nos llevó 14 capas de pintura hasta encontrar el color que, en nuestra opinión, reflejaba su esencia. Al final, lo conseguimos una vez que, entre todos, aportamos un dinero para comprar las cortinas acordes con el color púrpura rojizo oscuro y dorado con el que la habíamos pintado.

Aportar ese dinero fue un acto simbólico con el que quisimos honrar el propósito de recuperar la dignidad que habíamos perdido cada vez que habíamos actuado movidos por un interés personal antes que por la conciencia. Fue un intento por recobrar la naturaleza de la dignidad, por la cual uno no se vende y permanece fiel a sí mismo. Una vez que terminamos la habitación y sentimos que habíamos logrado plasmar la esencia de su cualidad, decoramos la de la Belleza. Entendimos que la verdadera belleza es la del ser interior, que pasa por recuperar la dignidad de ser quienes somos. Así fuimos recobrando el alma de esos valores que nos apoyaban en nuestro proceso haciendo comunidad.

La experiencia me ha mostrado que la identidad de cualquier cosa depende de la coexistencia de al menos dos condiciones que se oponen y dependen mutuamente dentro de un campo de tensión. En este sentido, cada una de las habitaciones del hotel encierra la historia de una cualidad, así como la de su opuesto. Y, en nuestro caso, cada vez que nos esforzábamos por conquistar esas cualidades, surgía su sombra u opuesto. A medida que nos fuimos reconciliando con estos últimos, las cualidades se fueron instalando en nuestro interior y en las habitaciones del hotel, en las que se podía percibir la frecuencia de cada don.

El resultado no fue solo fruto de la decoración, sino que, después de proponernos trabajar por abrazar en nosotros la oscuridad que encerraba cada cualidad, su esencia pudo comenzar a fluir e impregnarlo todo. Mantenernos en este propósito grupal contribuyó a fijar esas cualidades en las paredes de las habitaciones, hasta el punto de que, hoy en día, hay huéspedes que las pueden apreciar, según han testimoniado en nuestro libro de visitas.

Como se puede ver, la construcción del hotel fue un proceso psíquico al tiempo que físico. Tal modelo de proceder se instauraría como un método propio de la escuela de vida que Amalurra ha pretendido ser, en la que un desacierto se convertía en material invaluable de aprendizaje, tanto a nivel interno como externo. Todo lo que necesitaba ser corregido en el exterior era un importante resonador de aspectos que reclamaban ser vistos y tenidos en cuenta en nuestro interior. En consecuencia, el lugar se fue transformando visiblemente y adquiriendo mayor armonía y belleza. En mi opinión, esa evolución evidenció que el trabajo interno que realizamos en la profundidad de nuestra psique se fue manifestando en la materia como resonador de esta transformación psíquica.

En esta manera de hacer, cada uno puso al servicio sus dones y conocimiento y establecimos la forma de funcionar más acorde con quien tuviera el don para ello. Fue así como aprendimos diferentes estilos y formas de trabajar, hasta el punto de haber alcanzado un nivel profesional en las áreas del restaurante y el servicio hostelero.

Posteriormente, poner en marcha el hotel y el restaurante como un recurso económico que apoyara la materialización del proyecto, también trajo una actividad constante que desafió las defensas naturales de la mente. En consecuencia, nuestra situación interior se fue expresando en un torrente de implicaciones, evidencias y manifestaciones que nos ayudaron a avanzar, satisfechos por las veces que lográbamos atravesar un límite, después de habernos dispuesto a ello con entusiasmo y apertura.

VOLUNTARIADO: EL TRABAJO COMO TRANSFORMACIÓN

En nuestra vivencia comunitaria, experimentamos que poner la energía al servicio de aquello con lo que uno se siente comprometido genera la ayuda y los recursos necesarios para lograr el objetivo más allá de las expectativas y previsiones lógicas. A través de la experiencia del proyecto de comunidades, he constatado que el servicio enfocado en algo más que uno mismo, sabiendo que todos tenemos algo que ofrecer: tiempo, atención, compañía, dones o habilidades, aporta un sentido de plenitud y una oportunidad de sentirse parte. Hacerlo como si de un ritual se tratara, centra la mente y ayuda a integrar lo que está separado dentro de uno.

El voluntariado entra dentro de la categoría de práctica espiritual por tratarse de una ofrenda, un rezo, una intención o una oportunidad de llegar a tomar contacto directo con nuestro interior y percibir la dificultad que entraña soltar las expectativas sin esperar un resultado futuro, un reconocimiento o una remuneración. La clave es realizarlo, no como un servicio prestado a terceras personas, sino como una plataforma de desarrollo interno que beneficia a su vez a uno mismo y, por ende, a la comunidad. Esto es lo que lo diferencia del trabajo ordinario enfocado, mayormente, en obtener una remuneración.

En las comunidades Amalurra, el voluntariado estuvo enfocado en las tareas de mantenimiento y sostenimiento de la comunidad, en áreas de jardinería, huerta, restaurante o cocina, por ejemplo. A pesar de que algunas personas estaban liberadas y eran remuneradas por ocuparse a tiempo completo en la comunidad, todos participábamos en actividades comunitarias voluntarias al margen de nuestros trabajos ordinarios.

Sin embargo, a todos nos llevó un tiempo entender el verdadero significado del “voluntariado”. Al comienzo, este iba acompañado de un objetivo: aprender a convivir con el otro, desarrollar una buena disposición o sentirse parte del grupo. En ocasiones, se filtraron otro tipo de expectativas menos evidentes como obtener reconocimiento o compensar un sentimiento de culpa inconsciente, algo totalmente normal hasta que se logra integrar el sentido profundo del voluntariado. Así, la experiencia nos fue mostrando que, en el momento en que este se realiza con un interés, por mínimo que este sea, pierde su capacidad transformadora y el cansancio del esfuerzo se instala.

Por otro lado, a menudo, el ego nos hizo creer que éramos nosotros los que estábamos dando cada vez que realizábamos un servicio voluntario y que, por lo tanto, nos correspondía recibir algo a cambio. Esta creencia nos llevó a desconectarnos del impulso inicial proveniente del corazón al obviar el hecho de que la retribución ocurre en la dimensión del alma. Con el tiempo y la práctica, llegamos a comprender que tener esto claro contribuía a resolver parte de los conflictos que surgían en la comunidad.

Desde mi punto de vista, el verdadero voluntariado, el servicio desinteresado, es un ejercicio de amor. En nuestro caso, apostar por aunarnos en torno a un propósito común supuso encarar los obstáculos que impedían que fluyera nuestra capacidad de compartirnos.

Experimentamos, entre otras cosas, que practicar el voluntariado reforzaba la estima. Asimismo, reforzaba el sentido de pertenencia a algo más grande que nos conectaba con una inteligencia mayor que sostenía la comunidad ya que, en la medida en la que servimos a algo más grande, nos sentimos parte de ello. Por otro lado, esta práctica hacía emerger a la superficie los dones individuales, al tiempo que podía hacer surgir otros que desconocíamos. Esto la convertía en una oportunidad de autoconocimiento, de trabajar las limitaciones o resistencias que nos separaban del altruismo, de aceptar nuestra parte interesada o egoísta y de obtener un reconocimiento auténtico acerca de nosotros mismos, fundamentado en la satisfacción que da contribuir con algo de cada cual. Todos estos aspectos repercutían directamente en el empoderamiento y bienestar personal.

Igualmente, cada vez que lográbamos realizar una tarea de manera voluntaria a partir de nuestro sentido de libre elección, observábamos que esa labor se veía impregnada por una cualidad que se apreciaba como un “hacer sin esfuerzo”, porque ya no dábamos nada a nadie, sino a nosotros mismos, a nuestras relaciones y a la vida. La experiencia nos ha mostrado que, en los momentos en los que el grupo se centra en un propósito común al unísono, en un movimiento redondo en el que todo se incluye, es como si uno se dejara hacer y, entonces, surge la magia de la unidad a modo de una sinfonía que eleva al individuo y la vitalidad, la alegría, el disfrute y la satisfacción compartida prevalecen por encima del cansancio. Así, las ocasiones en que lográbamos vibrar en ese espacio en el que el servicio voluntario se realizaba como una manera de atravesar los límites conscientemente, la tarea en cuestión resultaba más sencilla. Esta es la razón por la que he considerado el voluntariado como una forma práctica de espiritualidad que ha apoyado el crecimiento interno de las personas y el desarrollo de la comunidad, la cual se fue consolidando a través de los valores que cada uno pudimos rescatar y que repercutieron tanto en el beneficio individual como en el comunitario.

A modo de conclusión, no cabe duda que la revolución emocional fruto de realizar todas las prácticas mencionadas favoreció un despertar espiritual, al igual que el acceso a otras experiencias, percepciones y dimensiones de conciencia. Ello fue contribuyendo a plasmar el espíritu, entendido como una expresión del amor, en la vida cotidiana. El hecho de practicar en grupo también produjo un significativo acercamiento al corazón y a espacios de vulnerabilidad, al mundo natural y a nuestros ancestros. Por otro lado, esas prácticas consolidaron la unidad y el compromiso grupal, fundamento esencial para la materialización y desarrollo de la comunidad.

JÓVENES AMALURRA

Los/as niños/as y jóvenes han sido integrantes activos en nuestra vida de comunidad. Quizás han sido ellos los que más han podido integrar el sentido y los valores del proyecto Amalurra. A medida que ellos crecían, crecía Amalurra y se iban refinando los valores que sujetaban el proyecto. Las y los jóvenes han aprendido a “vivir en comunidad” desde niños, desarrollando valores como la solidaridad, la conciencia colectiva, la creatividad, el trabajo en equipo y el autoconocimiento.

Teniendo en cuenta que la premisa básica de la comunidad fue conocerse a uno mismo a través de la relación con los demás, la vida comunitaria ha facilitado que las y los jóvenes adquiriesen conocimiento, por un lado, de su mundo interior y, por otro, sobre cómo navegar en las relaciones interpersonales. Son jóvenes preparados para el nuevo mundo, que han transitado un camino de empoderamiento personal, incorporando las experiencias y los valores de una vida comunitaria, así como de la vida en la sociedad.

Aunque nacieron en el seno de su propia familia, para ellos la comunidad ha sido una familia extendida. Aprendieron a compartir-se y a hablar de sus sentimientos con fluidez, ya que entre ellos podían compartir sus vivencias a un nivel profundo, resolver conflictos o hablar de lo que les preocupaba por dentro. Las actividades del día a día se convertían en espacios que facilitaban este compartir: la celebración de un cumpleaños, la llegada de un niño nuevo, los juegos de la tarde después de la escuela, o el círculo alrededor del fuego.

A través de los rituales y celebraciones, se trataba de dar importancia a los momentos que marcan hitos o etapas en la trayectoria individual o colectiva: nacimientos, cumpleaños, graduaciones, solsticios, equinoccios, nocheviejas, etc., en los que niños y jóvenes se involucraban y disfrutaban ayudando a crear comunidad y participando en el crecimiento del proyecto.

Además de las habilidades intelectuales que adquirían en la escuela o universidad, en el seno comunitario, se dio importancia al arte y a la creatividad, apoyando a cada niño o niña a desarrollar aquellas habilidades artísticas por las que tenían más inclinación, como podía ser la música, el baile, la pintura, etc.

Los jóvenes también se implicaron en el auzolan, una palabra que en euskera significa “trabajo voluntario que se realiza en beneficio de la comunidad local”. De pequeños, colaboraban de una manera más lúdica, como por ejemplo en el cuidado de las flores. Según iban creciendo y adquiriendo autonomía, tenían más presencia y responsabilidad en el proyecto. De la misma manera que niños y niñas colaboraban en la familia, también lo hacían en la comunidad, lo que facilitó el desarrollo de valores como la disciplina, la capacidad de trabajo en equipo y la cooperación.

De este modo, se forjaron relaciones más íntimas. Además, aprendieron a notar qué es lo que pasa por dentro ante una situación concreta, a identificar sentimientos y reacciones y a poder procesarlos y compartirlos de una manera sana y auto-responsable. Así han adquirido una inteligencia emocional y corporal que es vital para la vida y que no se enseña en el sistema educativo convencional.

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ESPACIOS CON ALMA

“Ignoro si Amalurra seguirá existiendo una vez de haber transitado el propósito con el que nació. Pero, si el proyecto llegara a desaparecer, estoy segura de que la misma Tierra guardará las semillas necesarias para que quien así lo desee pueda extraerlas y crear otros espacios interrelacionales en los que practicar el conocimiento que se ha destilado a lo largo de nuestra experiencia. Si es así, el ciclo continuará, imparable, como la vida misma”.