Por su naturaleza, la mujer está íntimamente relacionada con la luna, con un mundo gobernado por el arquetipo de lo femenino, de la Diosa Madre, del inconsciente. Uno de los aspectos en los que descansa el vínculo de la luna con lo femenino es la fertilidad, visible en la fase de crecimiento, tanto de la luna como de la mujer en su etapa de embarazo, y en la fase menguante, cuando la mujer ha dado a luz. Las reuniones de luna llena son una oportunidad para establecer un vínculo entre nosotras. El contacto sagrado que se produce en este ritual aporta un conocimiento ancestral que proviene de nuestras memorias de mujeres. Este espacio que nos damos nos recuerda quiénes somos y nos ayuda a recuperar los vínculos que nos dan la fuerza para sostenernos y sostener a nuestra familia.
El hecho de que estas reuniones se celebren en la noche de luna llena es porque las mujeres somos como la luna, que recoge la luz del sol y la refleja, haciendo visibles los misterios de la noche. En conexión con el poder del sol y de la luna, nosotras nos convertimos en sacerdotisas de la Diosa y, unidas a ella, podemos comandar al servicio de la vida a los elementos, agua, tierra, aire y fuego, así como a los seres invisibles de la naturaleza. Pero, sobre todo, en nuestro útero, cocemos todos los sentimientos de nuestro entorno, que el fuego sagrado calienta, elevando nuestro rezo por nuestras familias, por la tierra y por las futuras generaciones.
Sin la conexión que se establece en estos círculos, las mujeres estaríamos dispersas, sin unirnos en nuestro poder. En ellos, nos encontramos con nuestra propia mujer interna y contactamos con el misterio, los secretos, el conocimiento y el poder de cada una, de modo que la vida adquiere sentido y coherencia hasta el próximo encuentro, después de haber extraído de la oscuridad la luz y la fuerza que puede ser utilizada al servicio de la humanidad.