El día 11 de enero, se celebró en Bilbao una manifestación silenciosa a favor de la paz y los derechos humanos. La verdad es que me resultó impactante ver las imágenes de la multitud que acudió a este acto pues eran la clara evidencia de un cambio, de que algo nuevo se está gestando en Euskal Herria. En mi opinión, son el efecto de haber elegido una respuesta proactiva ante la provocación del gobierno central, después de que este denegara el derecho a celebrar una manifestación que tiene lugar todos los años para pedir el acercamiento de los presos políticos que se encuentran fuera de Euskal Herria.
Según esta negativa, el gobierno vasco se vería obligado a reprimir dicha manifestación, estuviera de acuerdo o no con tal decisión. Una vez más, esto habría obstaculizado el proceso de entendimiento que se está abriendo entre los diferentes sectores que formamos la sociedad vasca, alejándonos de nuestro objetivo de unidad y paz. En este caso, el partido mayoritario, el PNV, tuvo el acierto de convocar otra manifestación en la que estuvieran contenidas todas las sensibilidades, incluida la que apoya el acercamiento, por considerar este un derecho fundamental de los presos y de sus familiares. Esta propuesta conseguiría unir, así, dos lados opuestos en nuestra trayectoria política local. Creo que este fue un acto de conciencia en pro de un objetivo que nos abarca a todos más allá de intereses partidistas.
En este sentido, no puedo dejar de ver un paralelismo entre lo ocurrido en la manifestación y el proceso que tanto yo como la comunidad Amalurra hemos atravesado en los últimos 5 años, cuando una ex miembro de la misma se propuso destruir mi imagen y la de Amalurra a través de un blog difamatorio. Al cabo del tiempo, ha conseguido su propósito pues, en muchos entornos, mi nombre y el de Amalurra están vinculados a calificativos despectivos. A nivel personal y grupal, esta campaña de difamación nos ha traído el gran desafío de evitar caer en actitudes reactivas ante las terribles acusaciones que se vierten en ella.
A nivel de comunidad, nos comprometimos con una actitud proactiva a favor de la transformación, atreviéndonos a mirar los pensamientos, emociones y sentimientos rechazados de nosotros mismos que la campaña de difamación nos activaba, sin saber muy bien dónde estaban los límites entre las emociones individuales y las colectivas. De haber caído en la provocación, nos habríamos alejado de nuestro objetivo de incluir todos aquellos aspectos hasta entonces inconscientes que han ido emergiendo en cada uno de nosotros. Por el contrario, al contenerlos tuvimos la oportunidad de transformarlos, recuperando fragmentos de nuestra alma perdidos en la profundidad de dichas emociones. De esta manera, la pérdida de la imagen, en realidad, nos ha llevado a encontrarnos con nuestra verdadera identidad. A medida que hemos ido transitando de la reactividad a la proactividad, hemos hallado nuevos espacios dentro de nosotros que han ampliado nuestra capacidad de contención y, con ello, de aceptación, tanto de uno mismo como del otro. Por otro lado, ha supuesto un acercamiento a la tolerancia y a la solidaridad.
En mi opinión, Euskal Herria también ha sido capaz de contener un gran desafío al no reaccionar ante las constantes provocaciones externas, lo cual nos hubiera llevado a repetir algo cuyos efectos ya hemos experimentado. Esta vez, la mayoría se movilizó para dejar claro el deseo de ir más allá del ego partidista en pro de nuestra identidad unitaria y solidaria. Soy consciente de que la manifestación del día 11 de enero ha trazado un camino a través de una sincera intención, que sin duda marcará el devenir de este pueblo, porque estoy segura de que superaremos los grandes desafíos con los que nos vamos a encontrar. Reconozco que lo que se ha logrado en la manifestación ha sido posible gracias a los pasos que otros dieron antes en dirección al objetivo de la paz, a la cual nos aproximamos cuando conseguimos no caer en la provocación del “enemigo”, que nos refleja todo aquello que se opone dentro de uno mismo.
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