7 de junio por la tarde. Es sábado y estoy en Amalurra, País Vasco, en el taller de Irene Goikolea. Surge el tema de asistir a la cadena humana de 127 kms que hay convocada para la mañana del domingo 8 de junio bajo el lema “Esta en nuestras manos”. Bonito lema, pienso, y sin embargo me siento fría hacia ese movimiento. “NO es mi historia. Iría en mi tierra si se organizase , aquí NO. NO es mi tierra. NO es mi historia”. Estos pensamientos cruzaron por mi mente como veloces y silenciosos relámpagos que apenas reconocí o retuve, que apenas hice míos. Mi postura, o no-postura, se mostró tibia y desimplicada “Me da igual ir o no ir -digo a la gente con la que comparto el viaje- lo que digáis el resto” Y me creo lo que digo. Evite el conflicto, porque quería facilitar el consenso, o al menos, eso me dije.
Afortunadamente, de nada me sirvió mi tibieza, porque esa noche, el conflicto se mostró a través de otros, y ello, inevitablemente, me obligó a confrontarme con el mio propio.
Domingo 8 de junio, 6 de la mañana. He chequeado mis recovecos y me he encontrado de frente con esos pensamientos que había escondido. Ya no siento tibieza ni indiferencia. Siento un NO enorme, inapropiado, desmesurado. Totalmente desproporcionado respecto a la situación ante la que se ha manifestado. Es un NO que tiene tanta carga, tanta violencia, tanta rabia, tanta envidia y tanto, tanto dolor de perdida de identidad, que temo que pueda destruir todo lo que he construido, lo que amo y por lo he luchado. No quiero sentir la tensión de ese conflicto. Quiero un lado, el que sea. Uno o el otro, el que sea por no sentir el desgarro. Mi mente activada, busca posicionarse, pero el corazón vibrando me dice que estoy en ese taller para aprender a incluir, no para seguir rechazando.
Podría escribir mucho sobre ese encuentro interno, intimo, indeseado y profundamente anhelado al mismo tiempo, que viví durante 4 horas, asistida y arropada por el campo colectivo generado en ese taller de Irene... La bendición fueron las lagrimas, que a pesar de la resistencia me acompañaron durante todo el proceso de sentir y contener la rigidez del NO, el dolor del NO, el valor del NO, la cobardía del NO, la dignidad del NO y finalmente, la traición a mi misma que es pretender ser solo el NO o solo el SI.
Finalmente comprendí que mi decisión “estaba en mis manos” y no en una parte de lo que soy. Fui a la cadena sabiendo que mi NO es un trozo de mi y tiene un lugar en mi casa, pero no es quien manda en ella.
Estuve en la cadena, fui parte y eslabón de esa emocionante manifestación de soberanía del pueblo vasco, y sentí en el corazón la bienvenida del monte Amboto, el saludo del Espíritu en el vuelo de un águila y la unidad con el propósito del que fruí parte. Estando allí deseé que la soberanía de mi pueblo, el andaluz, también pueda manifestarse en un futuro que sin duda, en mi corazón, ya está más próximo.