El pasado 9 de noviembre, celebramos la inauguración de la nueva Sala de Encuentros de Amalurra. Este espacio, que simboliza la culminación de una aventura que empezó hace 21 años, marca el final de una etapa y, por consiguiente, la apertura a otra nueva. Es la historia de la materialización de un sueño compartido, construido al unísono a lo largo de nuestro proceso grupal.
El origen de Amalurra El impulso que me inspiró la creación de Amalurra, que en euskera significa Madre Tierra, fue el deseo de promover un cambio, en sintonía con otras muchas iniciativas de cambio y transformación que se estaban abriendo a una conciencia global. Con el paso del tiempo, esta plataforma comunitaria ha impulsado un proceso de crecimiento personal y grupal en base al cual hemos llegado a plasmar un proyecto que pretende ser una contribución tanto social como cultural. Este cambio se ha abordado desde las diferentes perspectivas de desarrollo de la complejidad humana. Entre ellas, está la perspectiva subjetiva y personal o de transformación interna, así como la perspectiva del “campo subjetivo del nosotros” que, a través del diálogo en el compromiso compartido, ha posibilitado el acceso a nuevas percepciones y realidades. Asimismo, hemos tenido en cuenta la necesidad de llevar a la acción nuestros anhelos, a través de concretizar y desarrollar iniciativas que han llevado a materializar y gestionar las instalaciones del negocio hostelero, Amalurra resort, así como la adecuación del entorno y de nuestras propias viviendas. Por último, se ha tratado de optimizar la adaptación y función de cada miembro de la comunidad en los sistemas en los que participa para promover la integración de Amalurra como un organismo más dentro de otros sistemas y de su entorno natural. Teniendo en cuenta todas estas perspectivas, hemos querido promover un desarrollo sostenible y contribuir con este cambio al nuevo paradigma y a una nueva cultura de valores compartidos. El círculo de piedra A nivel material, la primera construcción a la que dimos forma fue un círculo de piedra, aprovechando la multitud de piedras que se encontraban dispersas o enterradas por lafinca. Con él, quisimos honrar a los elementos y a la tierra que nos acogía. Metafóricamente hablando, la construcción física del círculo representó la concretización de nuestro anhelo comunitario, pues una sola piedra no crea un círculo. Pero, junto a otras y con el apoyo mutuo, el círculo toma forma y se puede sostener. La sala de meditación subterránea En la primera fase de nuestro recorrido, me enfoqué en promover el despertar de la conciencia interior, tanto a nivel individual como colectivo y, simbólicamente, materializamos este propósito con otra construcción circular: una sala de recogimiento y meditación subterránea, que marcaba la dirección de nuestro viaje interior hacia las entrañas de la Tierra, lo femenino, lo oscuro, lo denso y lo pasivo; en definitiva, hacia nuestra propia profundidad y subjetividad. El legado de la hospitalidad Más adelante, nuestro intento por salir del individualismo se fundamentó en un valor profundamente arraigado en el legado de nuestros ancestros: la hospitalidad. Así, decidimos materializar la expansión del proyecto con la construcción paulatina de lo que hoy es un complejo hostelero donde acoger a quien quisiera disfrutar del lugar, así como conocer sus aledaños. Al mismo tiempo, fuimos recuperando la vegetación autóctona, plantando más de 4.000 árboles en un intento por rescatar la sabiduría ancestral que estos guardan. Hoy en día, la belleza de los jardines y bosquetes de Amalurra son un reflejo de nuestro amor a la tierra y de la magia que ha surgido cuando hemos mantenido y sostenido la unidad en torno a esta intención de vincularnos más profundamente a ella. Nuestro camino no ha estado exento de pérdidas de todo tipo que, al no haber sido integradas, en momentos, también nos llegaron a desconectar del impulso que nos guiaba. La crisis en la que nos sumergimos dificultó vislumbrar el horizonte. Pero fue precisamente en medio de la turbulencia cuando decidimos aunarnos de nuevo para rescatar el impulso y apostar por él. Tal intención se concretizó en la construcción de la sala de encuentros que inauguramos este 9 de noviembre.
Esta edificación, que se levanta encima de la sala subterránea, es una metáfora del Cielo, de lo masculino, la luz, lo activo, como complemento de los valores que representa la sala subterránea. El encuentro e integración de estas dos realidades dentro de cada uno ha supuesto la apertura a una nueva etapa. Con ello, se sella nuestra apuesta por abrirnos al exterior tendiendo puentes para colaborar en un movimiento global que está trabajando a favor de la recuperación de los valores colectivos y ancestrales, al tiempo que impulsa el desarrollo de proyectos innovadores en pos de un mundo más solidario y sostenible. Esta construcción ha implicado atravesar muchos desafíos, temores y dudas. Pero, al final, lo que parecía una utopía se ha conseguido gracias al poder de la unidad que se genera en torno a una intención. Ese poder es el que ha activado los recursos y las ayudas necesarias para materializar este nuevo espacio y el que lo ha impregnado con la información de la unidad. Hoy, la sala marca la proyección social de Amalurra y, por ello, hemos querido compartir este día de celebración y dicha con familiares, amigos, autoridades de la zona y miembros de diversas organizaciones. Queremos ofrecer este espacio para acoger encuentros culturales, iniciativas innovadoras, propuestas de resolución de conflictos, nuevos paradigmas educativos, programas que impulsan la sostenibilidad de la naturaleza y un largo etcétera de proyectos sociales que apuestan por la transformación y el despertar de la conciencia. Amalurra, como muchas otras comunidades intencionales que apuestan por el desarrollo personal en un marco colectivo, puede ser una esperanza de futuro para una sociedad que, ante la crisis, quiera plantearse un cambio radical, dejando de lado los intereses individualistas para volcarse en una aventura de despertar compartido. A mi entender, estos modelos comunitarios ofrecen una alternativa desde la que extraer la sabiduría necesaria para afrontar los desafíos actuales y cocrear juntos un tipo de vida sostenible que ofrezca nuevas posibilidades para las generaciones futuras. Lo cierto es que, si hace 21 años nos hubieran dicho que íbamos a ser capaces de concretizar este proyecto con nuestros limitados recursos, no lo hubiéramos creído. Pero nos lanzamos a la aventura movidos por un impulso de corazón, creímos en él y tratamos de dejar a un lado los pensamientos limitantes. Este es el milagro que surge al seguir el corazón y poner la mente a su servicio. Ni que decir tiene que no ha sido tarea fácil evitar que la mente se interpusiese, pero hoy podemos honrar y respetar todas las dificultades y pérdidas que no han hecho sino fortalecernos y darnos la resiliencia y sabiduría necesarias para seguir caminando hacia la meta. Así, al cabo de 21 años, hemos cocreado un organismo vivo, un nuevo modelo o entidad que ha llevado tiempo acomodar dentro de los sistemas existentes. Sin embargo, pienso que la presencia de representantes de distintas organizaciones en la inauguración de la sala marca un nuevo periodo de consolidación para Amalurra, lo cual me llena de gran satisfacción. Para finalizar, quiero agradecer a todos los integrantes del proyecto Amalurra su confianza, dedicación y valentía para mantenerse fieles a este impulso. Gracias también por toda la ayuda que hemos recibido a lo largo de este tiempo. Un especial agradecimiento a todos los que, de una manera u otra, habéis participado en esta celebración, porque cada uno de vosotros ha aportado su grano de arena para que el día fuera pleno e inolvidable. De todo corazón, gracias. Irene Goikolea