"Un espacio compartido y fértil de nuestra identidad cultural"
Este año he seguido desde California el emotivo campeonato de bertsolaris que tuvo lugar en el BEC de Bilbao, el domingo 15 de diciembre. Desde estas tierras me auné a la multitud presente, vibré con todos en un solo corazón, me emocioné y experimenté una infinidad de sensaciones que me transportaron hasta el recinto abarrotado de 13.500 personas, salvando así la distancia intercontinental. Realmente, resulta difícil transmitir a quien no lo haya experimentado el sentimiento de unidad que se vive en este tipo de encuentros.
Estas convocatorias, como otras similares, nos aúnan porque, como pueblo vasco, responden a la llamada de una parte de nuestra alma que necesita ser escuchada. No me cabe la menor duda de que los bertsolaris dan voz a algo que se encuentra en el corazón de todos, y que es tan grande que no lo podemos contener. La voz de todos los presentes sale a través de la voz de otros, que pronunciarán las palabras y los sentimientos que llevamos dentro, los cuales, a menudo, no sabemos cómo expresar. En esos momentos permitimos que otros lo hagan mediante el arte y la inspiración, y nuestra alma retenida habla a través de ellos . En realidad, los bertsos no salen únicamente de la mente y el corazón de los bertsolaris, sino que también proceden del corazón de los miles de personas que los escuchamos. De ahí que sintamos la llamada y la necesidad de juntarnos, para vibrar con lo que resuena en nuestro corazón.
En mi opinión, la asistencia masiva a estos eventos es una prueba de que en todos reside la misma necesidad de compartir lo que llevamos dentro, de llorar con el sentimiento al tiempo que nos aliviamos de una forma hermosa y sanadora y de participar de la alegría del encuentro, en una conexión más profunda de la que habitualmente tenemos.
Ciertamente, es uno de los acontecimientos que nos da la identidad de ser quienes somos como pueblo y que nos vincula a nuestros ancestros, a nuestra tierra y a las futuras generaciones. Prueba de ello fue el emotivo agurra de Amets Arzallus, en el que hizo un alarde de su don más preciado: la humildad, al reconocer a sus ancestros, a su comunidad y a sus padres como los verdaderos artífices de su victoria. Fue un momento de gran emoción en el que tanto los presentes como los ausentes pudimos vibrar en esa identidad nuestra que reconoce que no estamos separados de los que nos rodean, de la comunidad, de la familia, los ancestros y que, por ello, los logros son compartidos y celebrados por todos.
El alma colectiva vasca es nuestro gran legado. Esta se expresa más allá del entendimiento de las palabras. Tal es así que hoy cuando he compartido las imágenes del evento con mis amigos americanos, ellos también han resonado con toda la emoción que allí se vivió, aunque no entendieran lo que se decía. Con todo, han podido sintonizar con el campo colectivo, o el campo del nosotros, en el que se hizo presente nuestra alma de pueblo.