- ¿Qué quiero yo del retiro? -me pregunté mientras me agarraba al impulso que había sentido de apuntarme, de permitirme estar conmigo.
- Disfrutar – esa fue la respuesta que escuché al cabo de unos días- disfrutar de la naturaleza que rodea la comunidad Amalurra, abrirme a percibir, saborear, sentir… y experimentar eso mismo conmigo misma, dentro de mí: permitirme disfrutar-me.
Y tras esa constatación, se abrió una puerta que decidí traspasar sin mayor dilación. ¿Qué encontré? Partes de mi mundo interno todavía por explorar, como manchas negras que en mi diario vivir no me atrevo a mirar. Y así, durante tres días, tuve el tiempo de bucear y poder adentrarme en ellas.
Esta fue una de las joyas que me regaló el retiro: la comprensión de que debo amar mi propia humanidad para sentirme parte de la Tierra que amo y que me ama, y de la que formo parte.
Pude percibir que todo estaba dentro de un contenedor lleno de amor y yo estaba sostenida y protegida por la labor y el amor de los demás, de la comunidad, del resto. Tuve la experiencia de la Unidad, de ser un solo Corazón, un espacio donde todos caben y donde la vida se tiñe de autenticidad.
Eso sí, antes de llegar a ese espacio también tuve que recorrer los rincones del dolor y la rabia que habitan en mí, hasta que sus voces se acallaron y llegaron los ecos de paz.
Estos tres días continúan en mi memoria para no olvidarme que amarme a mí misma es necesario para transitar en la Tierra y que ello forma parte de las habilidades para encontrar la autenticidad de mi corazón.
Guardaré ese regalo con sinceridad y amor, como símbolo de la esperanza para seguir creciendo y engrandeciendo ese espacio para que mi corazón se pueda vivir con plenitud.
Gracias
Anna Vilaseca