Ya cuando las últimas personas se están marchando poco a poco después del evento, queda una sensación difícil de expresar:
La emoción de diluirte en un mar de gente, sentir como tu pecho se agranda y dejas de ser tú, un cuerpo separado, para ser algo más grande, invisible, que no te pertenece, sino que perteneces.
La emoción y las lágrimas brotando por las mejillas al contemplar cientos de personas unificadas en un mismo círculo, un mismo silencio, un mismo instante, un mismo latido.
La emoción de compartir la palabra, la alegría, la danza, el canto…
La emoción de dejarte fluir y vivirte en el tiempo como el niño, en un único y constante presente, un único y constante instante mágico, lleno de continuas sorpresas.
La emoción de vivirte en la aventura, compartirte en la diversidad, la riqueza de la diferencia cuando es bienvenida, apreciada, respetada.
La emoción de ser tú, única e inigualable, pero no desde la individualidad y la separación, sino como parte de un todo con el que viajas a través del tiempo.
La emoción de expandirte en el espacio, olvidando las limitaciones de tu cuerpo para ser pura energía.
La emoción y la magia de atravesar el puente entre lo visible y lo invisible, lo real y lo imposible.
Gracias de todo corazón a las cerca de 500 personas que habéis participado en este encuentro.