La luz ilumina el camino. Sin embargo, ¡la oscuridad permite que las estrellas brillen con intensidad!
A lo largo de la historia, los seres humanos hemos observado el solsticio de invierno con ritos espirituales y culturales que celebran el renacimiento de la luz del sol después del período más oscuro del año. Así, desde la antigüedad, distintas tradiciones celebran sus fiestas más significativas durante este hito estacional, como la Navidad, la Hanukkah judía o la Kwanzaa afro-americana.
A pesar de nuestro progresivo alejamiento de la naturaleza, no podemos obviar que hemos vivido cientos de miles de años en estrecho contacto con ella, como hijos de la Madre Tierra. Por eso, todo nuestro ser sigue respondiendo a sus ciclos, grabados en nuestra herencia genética. Así, el invierno es una temporada de gestación, renovación, restauración y silenciosa reflexión. Con su propio ejemplo, la naturaleza nos invita a hacer una pausa. El solsticio nos abre a un momento de cambio, de reajustes, de liberación así como a un nuevo ciclo. Por ello, es un tiempo sagrado, apropiado para una reflexión profunda.
Sin embargo, también es la época más loca del año, cuando más difícil es, si no imposible para la mayoría, dedicar un momento de tranquilidad para mirar hacia adentro. Por esta razón, el solsticio de invierno debería ser honrado, dedicando un tiempo a actividades que nos traen serenidad y nos alimentan espiritualmente. Una pausa consciente abre un espacio sagrado para que el alma nos revele el siguiente paso. En este tiempo de dar y recibir, este puede ser el regalo más hermoso que nos podemos dedicar a nosotros mismos.
En este sentido, el fin de semana del 21 de diciembre, las comunidades Amalurra nos dimos un lugar para la reflexión y el recogimiento, haciendo coincidir nuestro seminario con el solsticio de invierno. En este encuentro trimensual, envuelto en el mágico ambiente que propicia la inminencia de la Navidad, tuvimos la oportunidad de interaccionar unidos por el propósito fundamental de nuestro proyecto: llegar a conocer y acoger con responsabilidad los aspectos que se van revelando en momentos como estos, en los que la intensidad del campo grupal hace que emerjan los contenidos inconscientes que buscan ser vistos, con el fin de ampliar la presencia consciente con la que uno participa en cada circunstancia de la vida.
Una de las conclusiones más significativas que se han derivado de este curso es que cuando uno suelta algo a lo que se aferra compulsivamente, como por ejemplo la importancia personal o la imperiosa necesidad de tener la razón, se genera un espacio nuevo de quietud interna habitado por el silencio, la escucha o la vulnerabilidad. En esta vibración nueva, que llega tras abandonar las viejas dinámicas de conflicto, el alma encuentra sosiego y surge la esperanza de que la paz y la compasión se instalen en el mundo, ya que ese sosiego tiene el poder de abrazar lo más duro, doloroso y negado en todos y cada uno.
Por otro lado, me ha resultado muy grato contemplar desde la distancia cómo Amalurra se ha vestido de gala, completamente iluminada por el espíritu de la Navidad, que ha impulsado a que los corazones se abran en un afán de compartir los logros de este año, representados en la nueva sala.