Hace poco escuché a alguien preguntarse si las tragedias y horrores que se están viviendo en nuestro mundo, no son una prueba de que el mal existe. Mi experiencia como facilitadora de la comunidad intencional Amalurra, me ha dado la oportunidad de explorar este tema. Asimismo, la investigación que llevé a cabo para mi tesis doctoral me abrió las puertas a las conclusiones a las que otros autores han llegado sobre este concepto. Por eso, y teniendo en cuenta la situación que estamos atravesando a nivel mundial, me parece oportuno compartir algunas de las ideas que han surgido al profundizar en la esencia de un asunto tan delicado de abordar.
En su obra, Dispelling Wetiko: Breaking the Curse of Evil (Disipando el Wetiko: Rompiendo la maldición del mal), Paul Levy afirmó la existencia de una enfermedad contagiosa del alma, un parásito de la mente, que los nativos americanos llamaron Wetiko. Esta enfermedad que la civilización occidental padece es, para los nativos, la manifestación maligna egoica que está destruyendo nuestro planeta. Según Levy, Wetiko representa e inspira lo peor que un ser humano puede hacer a otro ser humano y, en última instancia, a sí mismo. Según él, este virus opera secretamente a través de los puntos ciegos inconscientes de la psique humana, haciendo que las personas se sientan ajenas a su propia locura y obligándolos a actuar contra sus propios intereses.
Levy vinculó la psicosis de Wetiko al problema de la sombra, tanto personal como arquetípica. El genial psicólogo Carl Gustav Jung definió la sombra como las partes repudiadas, no queridas y no reconocidas de nosotros mismos, que han sido enterradas y reprimidas de tal modo que surgen como un monstruo con una forma de vida propia. A pesar de que Jung reconoció que la sombra también contiene cualidades positivas, también afirmó que el ser humano es, en general, menos bueno de lo que se imagina o quiere ser, sobre todo cuando permanecemos inconscientes de ella o la ignoramos. Entonces, esta se torna hostil, oscura y densa.
Marie Louise von Franz, analista junguiana, concluyó que la sombra no es siempre un oponente necesariamente. De hecho, la consideró igual a cualquier ser humano con quien uno tiene que convivir, a veces cediendo, a veces resistiendo, a veces dando amor, según la situación lo requiera. La sombra es una parte viva de nuestra personalidad y quiere vivir con ella de alguna forma. No podemos hacer como si no existiera, ni convertirla en algo inocuo a través de la razón. Necesitamos verla y soportarla.
A este respecto, Levy afirmó que las entidades, como la entidad del mal, obtienen su poder al operar encubiertamente, en la sombra. Jung definió una entidad como una forma de posesión por parte de un complejo autónomo cuya ira e indignación son tan intensas que dañan a uno mismo. Y añadió que esta influencia maligna podría tornarse en algo tan fuerte e inteligente que resulta peligrosamente fascinante y seductora para los demás.
Además, el problema se complica si consideramos que, además de la sombra personal, existe una sombra colectiva, es decir, la proyección que se hace sobre un grupo, país o cultura de los aspectos de nuestro grupo, país o cultura que no aceptamos. En su obra recopilatoria Meeting the Shadow: The Hidden Power of the Dark Side of Human Nature (Un Encuentro con la Sombra: El Poder Oculto del Lado Oscuro de la Naturaleza Humana), se presenta una visión general del lado oscuro de la naturaleza humana tal y como aparece dentro de la familia, las relaciones íntimas, la sexualidad, el trabajo, la espiritualidad, la psicoterapia y otros ámbitos de la vida cotidiana. Varios de los autores recogidos por Zweig y Abrams presentaron una visión general del lado oscuro de la naturaleza humana tal y como aparece dentro de la familia, las relaciones íntimas, la sexualidad, el trabajo, la espiritualidad, la psicoterapia y otros ámbitos de la vida cotidiana. Varios de los autores recogidos por Zweig y Abrams identificaron el mal con la sombra colectiva, considerándolo un aspecto inexorable a la vida, íntimamente entrelazado con lo mejor de nuestra humanidad. De ser así, pareciera haber poca esperanza para desactivar el tirón que el mal ejerce en nuestras vidas, por lo que estaríamos irremediablemente abocados a la destrucción.
Por suerte, partiendo de las ideas de la psicología junguiana, el chamanismo, la alquimia, las tradiciones de la sabiduría espiritual y su experiencia personal, Levy demostró que, oculto dentro del veneno de Wetiko, está su propio antídoto y que, una vez de reconocer a Wetiko, este nos puede ayudar a despertar y devolver la cordura a nuestra sociedad. En este sentido, advirtió que tratar con nuestra sombra implica mirar cara a cara a nuestra propia capacidad para el mal, lo cual nos permitirá asumir la responsabilidad de sus manifestaciones dentro de nosotros. Al mismo tiempo, también nos permitirá afirmar nuestra bondad inherente.
Por otro lado, Lionel Corbett, quien también ha estudiado la entidad del mal, argumentó que a la hora de llegar a un acuerdo con la sombra se nos presenta un reto, pues contener el mal individual requiere la capacidad de contener sentimientos dolorosos y resistir el impulso de desahogar estos sentimientos en otra persona. En este sentido, Jung confirmó que encarar el desafío del mal implicaba dejar de proyectar en los demás, o de ver en ellos lo que no aceptamos de nosotros mismos, un paso que requiere de un cierto grado de valentía pues, en el momento en el que dejamos de proyectar, nos encontramos frente a frente con nuestra sombra más densa. Entonces, ya no podemos echar la culpa a los demás de lo que nos ocurre, ni decir que los demás están equivocados, porque seremos más conscientes de que el mal que vemos en el mundo está en nosotros mismos. Por esta razón, si uno aprende a lidiar con su propia sombra, habrá hecho algo realmente útil. Habrá logrado asumir, al menos, una parte infinitesimal de los acuciantes problemas de nuestro mundo.
En Amalurra, uno de los fundamentos del desarrollo de la comunidad, tanto a nivel personal como grupal, ha sido promover el autoconocimiento a través de un trabajo por el que la personalidad de la sombra pudiera hacerse consciente y fuera siendo progresivamente asimilada, con la intención de reducir así su potencial inhibidor o destructivo y poder liberar la energía positiva atrapada en ella. De hecho, mientras todos estuvimos comprometidos con el trabajo de sombra al unísono, no fuimos vulnerables a la entidad del mal. Sin embargo, cada vez que uno era inconsciente de su sombra o se identificaba con aspectos excluidos de sí mismo, el virus de esta entidad entraba a través de la fisura que se abría a causa de esa identificación.
Cuando esto ocurría, pude observar síntomas comunes en las personas atrapadas por la entidad. Entre ellos, percibí falta de empatía, insensibilidad y desconexión de sus valores. Su corazón parecía frígido, carente de compasión y de sentimientos. Por otro lado, parecían dominados por una postura más racional e intelectual y mostraban una actitud defensiva y abusiva. También manifestaban estados frecuentes de ira incontrolada que proyectaban sobre las personas más cercanas a ellos. En última instancia, parecían haberse desconectado de su propia humanidad. Además, tendían a aislarse de los demás pues, al parecer, a las entidades no les gusta que sus operaciones psicológicas queden al descubierto.
El objetivo primordial del trabajo sistemático de sombra que facilité en Amalurra fue utilizar la inteligencia de todas las estructuras internas no reconocidas, como el rencor, la rabia o el deseo de venganza, para despertar a nuevos espacios e iluminar y expandir nuestra capacidad de contención, tanto a nivel individual como grupal. De ese modo, esperábamos poder recoger la información transpersonal que favorecería la emergencia de un futuro nuevo e innovador, libre de la carga del pasado. El reto que se nos presentó fue contener las emociones excluidas para poder elevarlas gradualmente al corazón, donde el sentimiento las podría transformar.
El trabajo de sombra dejó claro que cuando esta no es tenida en cuenta, nos volvemos vulnerables a la entidad que creamos debido a nuestra resistencia a mirar la oscuridad que nos pertenece. Las entidades, reflejo de esa resistencia, se forman por la unión de miles de energías fragmentadas que tienen el mismo patrón de ira, odio, dolor, maldad, egoísmo, crueldad o violencia, es decir, los aspectos de nuestra experiencia humana que tendemos a excluir. Estos aspectos son el resultado de las heridas de nuestra alma que no nos hemos ocupado en curar. Pero, mientras que la sombra tiene un corazón, las entidades no. Por lo tanto, están desprovistas de cualquier rasgo de sensibilidad.
Yo misma he confirmado que, en el momento que estamos dispuestos a mirar dentro y aceptar nuestra sombra, la parte de la entidad que creamos se disipa porque desaparece la razón de su existencia. En este sentido, cuando reconocemos que la capacidad para hacer el mal también vive dentro de nosotros, podemos hacer las paces con nuestra sombra y nuestro barco puede navegar con seguridad. En mi opinión, cuando nos adueñamos de la sombra, esta deja de emitir sustancias tóxicas que destruyen la vida. En caso contrario, las entidades colectivas continuarán creciendo hasta dimensiones ilimitadas y actuarán con total independencia, controlándonos a través de las estructuras de poder, cuyo único propósito es obtener el máximo beneficio a costa de la pobreza y el sufrimiento de muchos.
En nuestro caso, a medida que el trabajo de sombra se fue consolidando, también fuimos menos propensos a crear en base a nuestras proyecciones. Más bien, comenzamos a cocrear con una conexión más cercana a nuestro ser. Durante los momentos, cortos y ocasionales, que logramos esta conexión, pudimos comprobar la realidad ilusoria de la entidad. Por ello, basándome en lo que se ha destilado del trabajo de sombra realizado en la comunidad, mi percepción es que es posible generar entidades capaces de cocrear a partir de una versión superior de nosotros mismos. Para ello, un trabajo de sombra sostenido nos ayudará a hacernos cargo de la entidad de modo que podamos despertar a nuestra verdadera naturaleza y contribuir a un cambio global.
De la misma forma que las entidades tienen el potencial de destruirnos, puede que también nos saquen de la pesadilla en la que está inmersa la humanidad, ya que son capaces de activar un proceso de despertar de la conciencia que habría sido imposible sin su intervención. De acuerdo a mi experiencia, la solución al problema del mal radica en adueñarnos de cada aspecto que hemos excluido y abrirnos a la vulnerabilidad que este contiene. De esa manera, la compasión emergente podrá acoger la luz y la oscuridad como mitades opuestas de un todo. Desde mi punto de vista, en el caso hipotético de que cada uno de nosotros nos compadeciéramos de la máxima expresión de maldad de la que otro ser humano es capaz, conscientes de que él cataliza nuestras creaciones, la compasión disolvería la entidad al instante.
Como resultado, se abriría una posibilidad para transformar nuestra imagen interna acerca de lo que somos; es decir, ya no solo luz o sombra, sino el testigo que mira la luz y la sombra como partes inseparables de la totalidad de nuestra humanidad. Creo que esta nueva imagen podría ser el motor que promueva un futuro nuevo y desconocido para la Tierra.