El agua es el símbolo de la vida. Toda nuestra existencia depende de este elemento. Sabemos que somos agua y cuando nos inclinamos ante algo sagrado como el agua también nos estamos inclinando ante lo sagrado que hay en nosotros. El agua es sentimiento y es el símbolo que nosotros damos a la vida. Cuando fluimos como el agua, dejamos que el fluido de los sentimientos emerja como un manantial desde la profundidad de nuestro corazón.
Bajo la Tierra sólida fluyen corrientes internas de agua que, cuando emergen a la superficie, se convierten en ríos que van a desembocar al mar. Así somos los seres humanos. Somos tierra. Tenemos un cuerpo y una materia. Pero en nuestro interior fluyen ríos de sentimientos. Si dejamos que estos ríos emerjan a través de nuestro cuerpo, a través de nuestra mirada, a través de nuestra palabra, todo nuestro ser será un canto a la vida. Todo el cuidado que nos demos para sacralizar nuestras aguas y depurarlas será lo que entreguemos a la vida, a la Tierra y a todos los seres.
La importancia que tiene cada cual consigo mismo es esta precisamente. Sabemos que nuestras aguas a veces contaminan la Tierra. Por ello, si nos cuidamos, podremos contribuir a que el agua sea siempre un agua viva que contenga su información genuina. Esta es la única ofrenda que podemos entregar a la Tierra, a nosotros mismos y a las generaciones venideras. Si nos tratamos como algo sagrado, tomaremos la responsabilidad de nuestras aguas y con ello la responsabilidad de limpiarlas. Así es como la Tierra podrá utilizarlas para dar más vida. Si nos tratamos como algo sagrado, sacralizaremos la vida.