La vida es un gran misterio cuya totalidad apenas podemos comprender. Pero, a pesar de ello, la vida existe en todo lo que nos rodea y al margen de que nos percatemos o no de ella. La vida es creación que se manifiesta en la gran diversidad de sus criaturas: los minerales, las montañas, el agua, los volcanes, el fuego, los animales, las plantas y los seres humanos. La vida está en nosotros y cada uno está en ella. No hay diferencia. Todo es vida. Ese es el gran misterio del universo.
Como partes de la misma vida, todos estamos interconectados e impregnados de la misma esencia vital. Desde tiempo inmemorial, tradiciones ancestrales como el chamanismo, por ejemplo, constataron la presencia de un alma en todo ser vivo así como la interconexión que existe entre todos ellos. Por eso, a partir de esta conexión, el comportamiento de todo lo que está vivo tiene un impacto en el entorno. En base a este principio, el mundo externo es un mero reflejo de nuestro estado interno de conciencia. Esto quiere decir que desde una perspectiva espiritual, la contaminación que observamos en el medio ambiente es el reflejo de nuestra propia toxicidad interior.
Actualmente estamos ante una de las mayores crisis provocadas por el ser humano que este planeta haya atravesado: gran cambio climático, extinción de especies, polución y acidificación de los océanos. Un aspecto central de esta crisis, apenas contemplado, es nuestro olvido de la naturaleza sagrada de la creación y cómo esto afecta nuestra relación con el medio ambiente. Por ello, hay una acuciante necesidad de articular una respuesta espiritual a esta crisis ecológica si queremos cooperar en devolver el equilibrio al mundo como una totalidad viviente.
Así pues, cuidar la vida implica prestar atención a nuestro estado interior para encontrar la mejor manera de gestionar pensamientos, sentimientos o emociones problemáticas a fin de no verterlos en el exterior ya que estos impactan de una manera significativa en el mundo que n
os rodea y, sin darnos cuenta, podríamos estar enviando energía contaminada a otras personas, al planeta e, incluso, a nosotros mismos. Una importante clave es emprender un trabajo de introspección orientado a desbloquear las emociones para poder acceder a los sentimientos negados, pues en la medida que fluimos en el sentimiento, las emociones y pensamientos se purifican, afectando de manera positiva a nuestro bienestar y, por ende, al entorno, por lo que este sería un principio básico de la ecología emocional o espiritual.
A veces, en occidente, cometemos el error de pensar que la vida nos pertenece. Sin embargo, solo tenemos una participación en ella y lo mejor que podemos hacer es cuidarla en toda su diversidad y expresiones. Todo lo que hay en la vida es sagrado: el agua, el fuego, el aire, la tierra, las rocas, los animales, las plantas, los seres humanos. Por ello, cuidar de la vida implica honrarla y respetarla sin olvidarnos de que nos ha sido dada como un regalo y que nuestro deber es transmitirla como tal a las generaciones futuras para que estas también puedan acercarse a ella y a los misterios que contiene con respeto y admiración.
Si honramos la vida, la relación con ella nos irá desvelando sus misterios y, de ese modo, podremos descubrirla en todas sus expresiones. Así, contribuiremos a crear una nueva era, conscientes de que todo está vivo, lleno de alma, propósito e inteligencia. Cuidando de la tierra y sus criaturas con generosidad y gratitud, también estaremos cuidando de la vida y revitalizando el anima mundi, el alma del mundo, como una expresión de honrar nuestra Madre Tierra. Entonces, tendremos paz, ya que la primera paz viene con nuestra madre, nuestra Madre Tierra.