
Hace unos días nos reunimos en una sesión de seguimiento para continuar integrando lo vivido en el taller de primavera, donde trabajamos con el arquetipo del sanador. Fue un espacio especialmente poderoso que nos invitó a explorar el corazón como lugar de presencia, verdad y servicio, y a reconocer qué nos aleja de él en nuestra vida cotidiana.
En esta nueva sesión, muchas de las personas que participaron en el taller compartieron cómo siguen latiendo en su interior los movimientos abiertos aquellos días. El proceso no se detuvo al cerrar la sala: se trasladó a los vínculos, a los gestos diarios, a las decisiones, al cuerpo… y también a la conciencia de patrones que nos condicionan, pero que al ser mirados comienzan a transformarse.
Una de las claves que emergió con fuerza fue el valor de sentir el impacto, sin reaccionar ni huir, sino habitando lo que se despierta en nosotras. A veces es rabia, otras veces tristeza o miedo. Pero detrás de cada emoción hay una oportunidad de volver a nosotras, a nuestro centro, a nuestra dignidad. Nombramos cómo el juicio, el perfeccionismo, la necesidad de tener la razón o de protegernos con dureza pueden ser formas de encubrir una parte vulnerable que clama por ser acogida.
También hablamos de la importancia de la exposición: cuando nos mostramos tal como somos, con nuestras luces y sombras, algo se aligera. La verdad, cuando se expresa con honestidad, tiene un poder sanador. Porque no se trata de tenerlo todo resuelto, sino de estar disponibles para mirar lo que aún nos duele, sin máscaras. Y hacerlo en grupo, sostenidas por una comunidad de escucha, lo transforma todo.
El arquetipo del sanador no vive fuera de nosotras. Se activa cada vez que elegimos quedarnos presentes en el cuerpo, en la emoción, en la relación, incluso cuando no sabemos muy bien cómo hacerlo. Se activa cuando dejamos de evitar y empezamos a abrazar. Y es en ese gesto íntimo, casi silencioso, donde empieza la verdadera medicina.
En este tiempo que nos llama a lo esencial, siento que cultivar un corazón fuerte, claro y disponible es uno de los mayores actos de servicio que podemos ofrecer. Agradezco profundamente a cada persona que ha compartido su proceso, su sensibilidad, su verdad. Gracias por recordarme, una vez más, que el camino de vuelta al corazón es un viaje que no transitamos solas.
Seguimos caminando.