Me parece que fue ayer y han pasado ya nada menos que 22 años desde que convoqué mi primer círculo de mujeres con la intención de despertar al aspecto esencial femenino, entendido como la capacidad transformadora del sentimiento que emerge de la vulnerabilidad presente en todo corazón humano. Esta competencia es absolutamente necesaria para unir lo que está separado dentro de cada uno y que se tiende a proyectar en el exterior.
Hoy en día, han surgido miles de círculos de mujeres en todo el mundo, que están despertando a otra de las cualidades femeninas vinculada a la vulnerabilidad: la relacionalidad (del inglés relatedness), o a la capacidad de relacionarnos entre nosotros y con todo lo que existe en un nivel de conectividad más profundo, partiendo de la base de que todos somos una misma inteligencia en movimiento. A medida que desarrollamos esta competencia, vamos percibiéndonos dentro de una unidad mayor. Los círculos son un excelente escenario para experimentar esta naturaleza profunda y creativa.
¿Por qué un círculo de mujeres?
Sin duda, la famosa expresión de Marshall Mc Luhan “el medio es el mensaje” puede aplicarse a los círculos de mujeres, ya que en un círculo no existen las jerarquías. De eso se trata la igualdad y así es como se comporta la emergente cultura de los círculos en los que se escucha y aprende de cada uno de sus integrantes. Estar en un círculo es una práctica de aprendizaje y crecimiento que se nutre de la experiencia y la sabiduría, del compromiso y el valor de cada una de las mujeres que hay en él. Y hoy en día el mundo necesita recuperar la sabiduría femenina que quedó enterrada.
El impulso que me motivó abrir mis círculos de mujeres fue explorar el arte de la afiliación femenina de una manera nueva, en la que honrar nuestra conexión con la Tierra y la sabiduría ancestral. La forma misma del círculo es una encarnación de esa sabiduría, la cual hemos ido escuchando a la hora de dar los pasos hacia una vida en colectivo que nos permitiera rescatar el poder de la sabiduría colectiva.
Desde el principio, imaginé el círculo como una vasija capaz de acoger todos los contenidos que surgieran de nuestro interior, como una comunidad solidaria que apoyara a cada mujer a escuchar su propia voz y afirmar su dirección. En aquel espacio sagrado, comenzamos a explorar asuntos únicos a nosotras en un lenguaje que también solo nos pertenecía a nosotras. Apoyadas por el trabajo interno emprendido en los círculos llegamos a encarnar un sentido más profundo y genuino de confianza en nuestra propia identidad y en la manera en la que la expresábamos en el exterior. Durante todo el periodo de aprendizaje y práctica, los círculos proporcionaron un entorno seguro en el que dimos y recibimos atención y apoyo mutuos, ingredientes que fueron apuntalando el proceso de empoderamiento que iríamos conquistando a medida que trasladábamos los logros de los círculos a nuestra vida cotidiana.
Por ello, teniendo en cuenta nuestra experiencia y la de otros círculos de mujeres, entiendo que estos pueden ejercer un efecto positivo radical a un nivel global al proporcionar un modelo de comunicación sincera y compasiva que contribuya a generar soluciones creativas a los problemas contemporáneos.
Hoy es para mí un placer dar la bienvenida y acoger en la comunidad Amalurra, cuya semilla se gestó en mi primer círculo de mujeres, a un círculo internacional de círculos de mujeres con las que poder compartir nuestra propia experiencia.