A continuación os mostramos la versión en castellano del Artículo de Irene Goikolea publicado recientemente en la revista Americana Psychology Research, David Publishing Company.
Amalurra: Una plataforma para el empoderamiento individual y el servicio social
Irene Goikolea Uriarte
Pacifica Graduate Institute,California,USA
Psychology Research, ISSN 2159-5542
Julio 2013, Vol. 3, No. 7, 375-384
En este artículo quisiera compartir la información que he destilado a lo largo de estos últimos 20 años, en los que me he dedicado a trabajar con grupos de personas interesadas en el campo del desarrollo personal y en el despertar a la conciencia. Fruto de este trabajo son las tres comunidades intencionales cuya fundación he inspirado en Bizkaia, Granada y Barcelona. Todas ellas constituyen un proyecto de vida bautizado con el nombre de Amalurra, que en euskera significa Madre Tierra y que, en la actualidad, está compuesto por unas 100 personas, entre adultos y niños.
Amalurra
Considero que Amalurra es una comunidad intencional porque encaja dentro de los parámetros que definen este tipo de iniciativas. Las comunidades intencionales se componen de un grupo de personas que han optado por vivir juntas con un propósito común y cooperan para crear un estilo de vida que refleje los valores que comparten. Su base es lograr la unidad de la diversidad humana, en educar a la gente a llevar una vida cooperativa y en formarla en el arte de la relación, mientras aprenden a vivir como una parte interrelacionada de un sistema completo, equilibrando las necesidades propias con las de los demás (McLaughlin & Davidson, 1985, p. 2).
De acuerdo a mi experiencia y en sintonía con la visión de McLaughlin y Davidson (1985), entiendo la comunidad como un proceso continuo de desarrollo de la integridad de una persona en todos los niveles: físico, emocional, mental y espiritual.
La comunidad es el contexto donde actualizar potenciales dentro del individuo y entre el individuo y otros, para conectar con los demás y experimentar la unidad. Es un sentido de hermandad donde nos reconocemos en el otro. En instantes, esta experiencia de unidad revela una muestra de lo divino. Así mismo, es posible crear un sentido de unidad conscientemente a medida que llegamos a conocernos mutuamente, revelando otra dimensión de nuestro ser más profundo y mostrando nuestra vulnerabilidad. En este proceso, la confianza se va desarrollando y mantenemos nuestros corazones abiertos mientras resolvemos los conflictos y las diferencias.
En la evolución del proyecto Amalurra, surgieron vínculos que garantizaron la sostenibilidad de nuestro grupo, enfocado en restaurar la vida y unir los aspectos disociados, tanto a nivel individual como en nuestra proyección social. En mi visión, la vida en comunidad representaba un contenedor o laboratorio alquímico en el que se mostraban todos los contenidos que necesitaban ser vistos e integrados en favor de una evolución transpersonal, todo ello siempre en relación al otro y al entorno, en una relación horizontal, y al propio Ser, en una relación vertical. La idea fundamental era que es mucho más fácil cuando un grupo de personas comparte una visión similar y trabajan por los mismos objetivos: la transformación de la conciencia en este planeta, la cual comienza con cada individuo (McLaughlin y Davidson, 1985, p. 21). Por lo tanto, este proyecto representa un intento contemporáneo de desarrollar las habilidades necesarias para vivir en comunidad y realizar un viaje interno.
Amalurra también se puede considerar una comunidad integral, pues el objetivo principal ha sido integrar la densidad de la materia con la sutileza del espíritu o, en otras palabras, el cielo con la tierra. Desde el principio, nos comprometimos a vivir en contacto con nuestra parte humana y nuestra parte divina, sin excluir ninguna de ellas. El intento ha sido convivir con nuestros opuestos al mismo tiempo: egoísmo y generosidad, bondad y maldad, lo individual y lo colectivo, la luz y la sombra, tratando de no excluir ninguno ni priorizar uno más que otro. Esto ha supuesto caminar constantemente por el filo de la navaja con el fin de desarrollarnos en todos los aspectos de nuestra humanidad sin separarnos del objetivo común. Las experiencias de éxito y fracaso constantes que se han derivado de este trabajo han marcado un proceso de crecimiento y expansión. En este sentido, estoy totalmente de acuerdo con McLaughlin y Davidson (1985), quienes afirmaron que probablemente la comunidad ofrece la más profunda e intensa experiencia de crecimiento personal disponible en cualquier lugar, si uno se abre a ello.
Los Orígenes de Amalurra
Esta aventura comunitaria comenzó con el impulso de despertar a lo sagrado femenino. Con este propósito, en la década de los 90, convoqué mis primeros círculos de mujeres con el deseo de liberar nuestra verdadera identidad, en resonancia con un anhelo de nuestro pueblo vasco, que se proyectaba en el terreno político y social. En aquel entonces, nosotras proyectamos ese anhelo en una búsqueda interior.
La conciencia grupal está contenida dentro del marco de lo femenino. Por ello, al principio, nos enfocamos en recuperar el vínculo con esta parte de nosotros mismos para conectarnos con un marco global que nos acoge a todos por igual, es decir, para vincularnos con el arquetipo dela Madre, conla Diosa, representada porla Madre Tierra.Esta concepción unitaria es el origen del vínculo de hermandad que existe entre los seres humanos.
Los primeros pasos de Amalurra estuvieron encaminados hacia el despertar a la conciencia femenina, que es una energía transformadora capaz de contener y conectar la materia con el alma a través del fuego del amor, con el fin de avanzar hacia el equilibrio de lo masculino y lo femenino. El principio femenino de la creatividad encarna la fuerza que impulsa todo movimiento ascendente, desde lo más profundo hasta lo más elevado, para luego volverse a introducir en la tierra. Lo femenino es el aspecto que une la tierra con el cielo como símbolo de los opuestos y hace que todo acto cotidiano sea sagrado al dotarlo de voluntad, sentido y sentimiento.
Despertar a la conciencia femenina significa despertar a lo que es natural en cada uno de nosotros: a nuestra esencia creadora que nos aúna y completa. Despertar a lo femenino es despertar a nuestra capacidad sintiente para conectar con la vulnerabilidad que surge a través del sentimiento. La capacidad de sentir equivale a la capacidad de experimentar tanto el dolor como el placer. A menudo, tendemos a protegernos de cualquier situación que nos aproxime al dolor o a cualquier espacio dentro de nosotros que se halle contraído por sentimientos como la vergüenza, la ira o la inseguridad, entre otros. Sin embargo, según mi experiencia, no hay placer sin dolor y tampoco se puede alcanzar el amor sin haber sentido primero el desamor.
Yo misma he comprobado que nos unimos al otro en la medida en la que nos abrimos conscientemente a la vulnerabilidad que une lo que está contraído o separado dentro de nosotros, es decir, lo que se opone y refleja la separación con el otro. En realidad, sentir el dolor sana la herida, facilita la integración de lo que está separado y nos aporta una nueva conciencia en la que incluimos al otro y, así, vamos haciendo alma, vamos haciendo comunidad, resonando con el campo de la conciencia unitaria en la que todos somos parte de un cuerpo mayor. En esta aventura, el otro nos da la posibilidad de tomar conciencia de lo que está separado dentro de nosotros y, a medida que integramos esos aspectos, la comunidad interior toma forma y la exterior se asienta como reflejo de lo interior, tal y como Parker Palmer (1998) expresó con tanta exactitud: La comunidad no puede echar raíces en una vida dividida. Mucho antes de que comunidad asuma su forma externa, debe estar presente como una semilla en un ser no dividido. Sólo cuando estamos en comunión con nosotros mismos podemos encontrar la comunidad con otros.
La comunidad es un signo exterior y visible de una gracia interna e invisible, el fluido de la identidad personal y la integridad en el mundo de las relaciones (p. 92), Entrar en espacios de vulnerabilidad nos desbloquea, permitiendo que la luz penetre y se enraíce impulsando una expansión de conciencia que conduce a una transformación cultural. En Amalurra, hemos experimentado que el acercamiento consciente a la comunidad crea una intensidad que posibilita tomar conciencia de los aspectos disociados o rechazados, para adentrar en ellos y recuperar el sentimiento que encierran. Para mí, esa capacidad integradora del sentimiento es lo que yo llamo el aspecto femenino sagrado, con el que me comprometí hace 20 años, cuando comencé a transitar este camino de vuelta a casa que, desde una visión indígena, supone recuperar el vínculo sagrado conla Madre Tierra.Amalurra es el resultado de acercarnos a lo oscuro, a lo pasivo, a lo denso, a lo femenino, al sentimiento, cualidades que representan al arquetipo dela Tierray que, tanto hombres como mujeres, a menudo, hemos negado en nosotros mismos.
Después de un tiempo, abrí este trabajo a los hombres, incluyéndolos como arquetipos del marido, compañero, padre, hermano y todos los aspectos que representa lo masculino. Comprendí que, sólo si se daba este abrazo entre lo femenino y lo masculino en cada uno de nosotros, podría finalizar la lucha de opuestos en la que nos debatimos para incluirlos como complementos, a fin de dar a luz a una nueva conciencia orientada al servicio a la vida. Lo masculino dejaría de temer lo femenino en él y lo femenino dejaría de temer su propia feminidad y sus atributos tales como la unidad y la colectividad.
Poco a poco, nos consolidamos como grupo y, más tarde, personas con inquietudes similares se unieron a nosotros. A medida que fuimos caminando y comunicándonos con mayor transparencia, fuimos fortaleciendo nuestros vínculos internos y, así, despertó en nosotros un anhelo que habita dentro de todo ser humano: vivir en comunidad. En aquel momento, nos involucramos con todo nuestro bagaje a fin de preparar el terreno para la nueva conciencia a partir de todos nuestros contenidos, transformándolos y prescindiendo de las inercias que nos limitaban. Fue una manera de quemar lo viejo y reconectarnos con lo esencial de la tradición de la tierra, el sentido comunitario o de pertenencia, a fin de recuperar la sabiduría ancestral y, así, fertilizar el terreno que acogiera una consciencia orientada a valores colectivos y de servicio a la vida.
La Relación con la Madre Tierra
Cuando llegamos a la finca donde materializamos Amalurra en el País Vasco, que es la comunidad madre, la tierra llevaba varios años abandonada. Las zarzas lo cubrían todo, las aguas estaban estancadas y los árboles autóctonos del valle habían sido sustituidos por extensos bosques de pinares y eucaliptus. Los edificios de lo que había sido el anterior seminario dela Congregaciónalemana dela Sagrada Familiaestaban en ruinas. Nuestro proceso personal de introspección tuvo el propósito de entablar un diálogo con la tierra. La manera en la que esa porción de tierra había sido despojada de su naturaleza autóctona nos hablaba de nuestra falta de amor hacia ella. En nuestro deseo de acercarnos ala Madre, quisimos reparar y volver a vincularnos a ella.
Comenzamos las labores de recuperación y adecuación del terreno, conscientes de que la naturaleza era un espejo que reflejaba nuestro itinerario interno. Conseguimos que fluyeran las aguas, retiramos las zarzas, enriquecimos la tierra arcillosa haciéndola más permeable y nos propusimos recuperar la vegetación originaria, plantando miles de robles. Nuestro intento era rescatar la sabiduría ancestral que la tierra guardó en su interior a medida que sus árboles centenarios y ancestrales desaparecían. Deseábamos abarcar el legado de nuestros ancestros y, a fin de recuperar la relación con ellos, emprendimos la reforestación. La conexión con el conocimiento fue inmediato de la mano de la intención y de la acción. Mientras realizábamos estas labores, la tierra nos fue envolviendo en un profundo sentimiento de amor, como si esta necesidad que todos tenemos de sentirnos amados se saciara al vincularnos con la tierra y con el otro.
El agua de la tierra, que es como la sangre de nuestras venas, está relacionada con el fluido de nuestras emociones. Las aguas estancadas de la finca nos reflejaban nuestras emociones contenidas. A medida que las dejábamos fluir, fuimos canalizando también las aguas de la tierra. El agua sólo obedece una dirección: la de ir al encuentro del océano. Aunque se filtre a nivel subterráneo, sólo sigue esa dirección. Si el agua fluye con libertad, puede llegar a su destino y volver a experimentarse en esa necesidad de encuentro, como nosotros, que al vincularnos a algo más grande, también nos volvemos uno.
Las piedras y rocas de la tierra, que son la manifestación de su parte física, tampoco son algo inerte; tienen vida y ellas también nos hablaron de las piedras de nuestro interior y de cómo, a veces, cargar con una de ellas nos limitaba. Dimos un giro importante en nuestra vida al escuchar a la psique expresándose a través de la tierra, como el que mira de nuevo a los suyos y se vincula y escucha a sus ancestros.
Reponer fue un acto consciente. Cuando plantamos los árboles, arrancamos las zarzas y liberamos la tierra para que respirara, cuando canalizamos las aguas, reparamos todo el abandono en un acto consciente de recuperar aquello que ya era bello. De esta forma, nos unimos a la tierra, nos hicimos uno con ella, y de ahí surgió el amor que todos pueden respirar hoy en ese lugar. Este amor no sale de nuestro corazón, ni siquiera sale de la tierra en sí. Lo que se respira ha surgido de esa unión en que todos nos volvimos uno. Así es la pura creación desde el amor que fluye dela Madre Tierra.
La comunidad fue tomando cuerpo al tiempo que participábamos del proceso natural de la vida: el trabajo, la familia, los amigos. Algunos nos casamos, otros encontraron pareja y muchos tuvimos hijos que han crecido en un ambiente de fraternidad, vinculados a un cuerpo mayor que su propia familia: a una familia de familias. Viviendas individuales que preservan la intimidad familiar conviven con espacios comunes al aire libre y con un complejo hostelero como plataforma en la que proyectar la cohesión personal, familiar y social, que se expresa en muestras de solidaridad, unidad, sentido de pertenencia y, sobre todo, en la cálida acogida a todo aquel que se acerca al lugar.
Amalurra es el resultado de haber atravesado lo que nos separaba de nuestra experiencia transpersonal de sentirnos unidos. Intuitivamente, nos aproximamos a la tierra descendiendo hacia nuestras raíces a través de nuestros complejos, que fuimos proyectando en la propia comunidad como vasija para recoger dichas proyecciones y hacer la transformación necesaria a fin de fertilizar la tierra para acoger la semilla de la comunidad, que cuidadosamente fuimos gestando.
Vivir en comunidad es algo intrínseco al ser humano. Autores como el poeta y místico Sufi Rumi han enfatizado la necesidad que tenemos de una comunidad de almas específicas con las que viajar para no perdernos en el desierto (Wikman, 2004, p. xxiv).
Para mí, vivir en comunidad es experimentar un sentimiento de pertenencia a algo más grande que uno mismo, al mismo tiempo que es un camino de desapego. A lo largo de esta trayectoria, he comprobado que vivir en comunidad contribuye, entre otras cosas, a sanar nuestras heridas y traumas, a fortalecer nuestros dones, a encontrar nuestro lugar en la sociedad, entendida como un marco mayor de interacción, y a ejercitar una responsabilidad más efectiva en la vida. Pero, sobre todo, la vida en comunidad nos da la oportunidad de aceptar al otro como espejo que refleja las partes que hemos rechazado de nosotros mismos y tomar conciencia de lo que somos pues, en realidad, nos conocemos a través del eco que producen en nosotros las voces de quienes nos rodean. Y aunque sólo haya sido en instantes, esta experiencia nos ha permitido sentirnos completos, uno con el otro, borrando toda la memoria de dolor de estar separados.
Jung afirmó que la tarea del ser humano es tomar conciencia de los contenidos que, desde el inconsciente, presionan hacia la superficie, sin persistir en su inconsciencia ni identificarse con los elementos inconscientes de su ser, evadiendo así su destino, que es crear cada vez más conciencia. Él siguió diciendo que, así como el inconsciente nos afecta, un aumento de conciencia afecta al inconsciente (citado en Edinger, 1984, p. 16). Aunque todavía no estaba familiarizada con la obra de este genial psicólogo, este fue uno de los objetivos con los que inicié el proyecto Amalurra: hacer consciente lo inconsciente para llegar a abrazar nuestra parte oscura o “sombra”, que Jung mismo (1983) definió como el lado negativo de la personalidad, la suma de todas las cualidades que rechazamos y queremos ocultar y que tendemos a proyectar en el otro (p. 87).
En este sentido, entiendo la comunidad como una plataforma perfecta al favorecer el encuentro con uno mismo a través del otro. Según mi propia experiencia, la relación con el otro se convierte en una proyección de uno mismo sobre la otra persona y la interacción que surge en ese contacto nos da la oportunidad de tomar conciencia de nuestros aspectos excluidos, con el fin de acogerlos y completarnos o empoderarnos de lo que realmente somos y poder así ver al otro. En palabras Marie-Louise von Franz (1981), en cuanto se retira la proyección, se establece una especie de paz. Uno se queda tranquilo y puede mirar las cosas desde un ángulo objetivo (p. 222).
Un Encuentro con el Pasado
Según Robert Avens (1984), James Hillmann, conocido exponente de la psicología profunda, afirmó que cualquier alteración que se produzca en la psique humana resuena con un cambio en la psique del mundo, entendiendo psique como la totalidad de los procesos psicológicos, tanto conscientes como inconscientes (p. 56).
Por lo tanto, teniendo en cuenta que los logros individuales repercuten en el colectivo al que estamos vinculados a través del inconsciente histórico y cultural del pueblo al que pertenecemos, otro de los objetivos del proyecto Amalurra ha sido realizar una contribución social a nuestros respectivos pueblos, desde la experiencia individual y colectiva de sus integrantes. Mi propósito ha sido contribuir a la sanación colectiva a través de los aspectos que sanásemos en nosotros.
En este proceso, fue esencial abrirnos al sentimiento a medida que ahondábamos en nuestras relaciones y afrontábamos las situaciones que se nos presentaban en nuestra vida en comunidad, especialmente las que tendíamos a excluir y que nos vinculaban a otras pasadas que no se integraron por su contenido doloroso o traumático y que, como más tarde comprobé, resonaban con hechos históricos que permanecían en el olvido.
El trabajo comunitario de los últimos 20 años no ha sido sólo un movimiento de individuación personal, es decir, de desarrollo de la personalidad individual, sino también un movimiento grupal que nos ha permitido penetrar en nuestro propio mundo interno despertando a las memorias colectivas de un tiempo pasado que pulsaban hacia nuestra conciencia a través de nuestras circunstancias actuales. Esto ha sido posible gracias un proceso de duelo consciente para integrar aquellos sentimientos que en un pasado habían quedado enterrados, creando separación y, por ende, culpabilidad y anestesiamiento. El presente ha sido la plataforma adecuada, pues incluir lo que nos acontece en él contribuye a sanar el pasado y a experimentarnos como personas más completas.
Cuando, como grupo, decidimos descender a nuestro inconsciente personal con una proyección colectiva, fuimos llevados por el campo interactivo, un potente campo energético que se crea cuando un grupo de personas reunidas en torno a una misma intención alcanzan cierta coherencia y sincronización. Este campo posee un mayor nivel de orden, sabiduría o creatividad. El campo interactivo o campo del nosotros está dotado de una inteligencia superior siempre presente que nos guía y abarca. En opinión de Nathan Schwartz-Salant (1985), este espacio se encuentra entre el campo del inconsciente colectivo y el terreno de la subjetividad o lo personal, al tiempo que incluye a ambos. Así mismo, posee una dinámica propia, separada e independiente de los individuos, que sólo es posible experimentar a través de las subjetividades individuales y combinadas de estos (p. 2).
Este proceso nos dio la oportunidad de sanar las heridas existentes en el inconsciente colectivo, escondidas bajo aparentes complejos culturales que resuenan con complejos individuales, que Murray Stein (2006) definió como heridas emocionales enquistadas, que la mayoría de las veces son inconscientes y tienen vida propia. Estas albergan resentimientos, dolor e intenciones hirientes y agresivas, que emergen a la superficie de manera espontánea y a menudo sorprendente (p. 111). Por su parte, los complejos culturales se basan en experiencias grupales históricas que se repiten y están enraizadas en el inconsciente cultural del grupo. En el momento apropiado, estos complejos adormecidos pueden activarse en el inconsciente cultural y afianzarse en la psique colectiva del grupo y del individuo (Singer, 2004, p. 6).
En ese sentido, me propuse avanzar hacia un encuentro consciente y responsable con el pasado, a fin de despertar nuestras memorias individuales vinculadas a memorias traumáticas culturales que estaban afectando nuestra vida cotidiana a través de la repetición de patrones asociados a aspectos negados o excluidos. Mi intención era profundizar en un proceso grupal para penetrar en nuestra memoria histórica y en nuestras pérdidas culturales, basándome en el hecho de que a través de los contenidos de las memorias actuales de cada individuo es posible volver al origen de un trauma histórico cultural, el cual tiene que ver con una herida profundamente arraigada en la memoria colectiva y con la que se construye la identidad de un grupo social.
En el caso de Amalurra, he comprobado que la identidad colectiva de las tres comunidades está vinculada a los antecedentes históricos de sus respectivos pueblos y que la razón inconsciente que alentó la formación de cada comunidad fue la necesidad de despertar sus memorias culturales, excluidas y enquistadas en su pasado traumático, para recuperar la verdadera identidad cultural. Por lo tanto, recuperar memorias traumáticas en favor de la sanación personal y colectiva, a través de la activación de un mecanismo que implica el despertar al aspecto femenino sagrado, con el propósito de reintegrar las partes dañadas del alma, ha sido otro objetivo relevante de la comunidad.
Al comienzo de nuestra experiencia en la comunidad del País Vasco, hubo un total compromiso con la creación de conciencia. Para ello, habíamos de tomar responsabilidad de los efectos de nuestros actos. En diferentes momentos de nuestro recorrido, hemos sido difamados y acusados de ser una secta. La identificación de algunos miembros de la comunidad con dichas acusaciones, produjo un estado de duda personal acerca del proyecto, lo cual trajo consigo un debilitamiento general y una desconexión con el espíritu del proyecto o la imagen interna que compartíamos y que nos había impulsado a experimentar nuestra aspiración comunitaria.
Quienes más resonaron con las acusaciones exteriores abandonaron la comunidad y comenzaron una campaña de difamación contra mí y el proyecto. Sus voces evidenciaron aspectos profundamente disociados que pertenecían a todos los componentes de la comunidad. Yo interpreté este hecho como la prueba de nuestra vinculación al inconsciente colectivo desde nuestras emociones personales en resonancia con algo que más tarde descubriríamos. A partir de entonces, alenté un periodo de introspección con el objetivo de tomar conciencia de nuestra resistencia a asumir el contenido de la campaña de difamación debido a esas partes que se encontraban disociadas y que, a día de hoy, lo siguen estando.
La campaña de difamación ha supuesto una oportunidad para tomar conciencia de todas estas partes negadas y excluidas. Así mismo, ha abierto un contenedor para poseer los aspectos negativos que correspondían a cada uno como parte de nuestra personalidad más que como aspectos de nuestra sombra. Por otro lado, de alguna manera, interpreté que el trabajo realizado había dado su fruto, cumpliéndose uno de los objetivos con de Amalurra: mostrar aquellos aspectos que necesitaban ser sanados en favor de la integración. Todo lo que estaba en conflicto dentro de la psique individual y colectiva había emergido a la superficie para poder ser visto y acogido.
Como he mencionado, la campaña de difamación mostró nuestra vinculación al inconsciente colectivo desde nuestra resonancia grupal con un trauma colectivo de nuestro pueblo vasco. Este hecho quedó corroborado en la investigación que llevé a cabo como parte de mi programa de doctorado: la caza de brujas ocurrida en 1610, cuando más de 300 mujeres fueron detenidas, torturadas y asesinadas porla Inquisiciónacusadas de brujería. Estas mujeres de conocimiento estaban conectadas a la sabiduría dela Tierray trabajaban al servicio de la comunidad. El paralelismo con lo que se estaba constelando en la comunidad quedó de manifiesto de acuerdo a los hallazgos de mi investigación.
Según lo que se desveló en ella, entre aquellas mujeres hubo quien resonó con las voces acusadoras y dudó de su propio legado. Otras utilizaron sus conocimientos en beneficio propio lo cual favoreció, desde un profundo sentimiento de culpa inconsciente, un estado de debilidad ante una Inquisición que venía pisando fuerte.
Inicié un proceso con el propósito de traer a la consciencia las memorias inconscientes y contribuir a liberar tanto el cuerpo como el alma. Para ello, era necesario ahondar en el complejo cultural del País Vasco que surge de haber negado el dolor causado por los acontecimientos traumáticos y por nuestra dificultad para llorar la pérdida cultural. Esta pérdida nos llevó a asumir una sutil postura de victimismo de la que nos defendemos con un complejo de superioridad que esconde la indignidad de haber permitido que otros nos arrebataran parte del legado de nuestros antepasados. Por ejemplo, durante la feroz caza de brujas, un sector de la población y del clero estuvieron implicados en ella.
La comunidad actuó como una vasija alquímica donde se constelaron fragmentos del pasado de nuestro pueblo, cuyos contenidos resonaban en las vidas de algunas mujeres de Amalurra como arquetipos de una gran memoria excluida por su contenido doloroso. A nivel de colectividad, comprobé que, como grupo, resonábamos con los sucesos pasados y con el juicio al que se vieron sometidas las mujeres de Zugarramurdi, lo cual explicaba la intensa difamación que la comunidad y yo misma estábamos constelando
La investigación también evidenció que, como comunidad, estábamos conectados a otro acontecimiento traumático: el bombardeo de Gernika, mi ciudad natal y símbolo del alma vasca. El lunes, 26 de abril de 1937, un ajetreado día de mercado, la ciudad se convirtió en el sitio experimental del segundo bombardeo aéreo durantela Guerra Civilespañola dirigido específicamente contra civiles vascos. El resultado fue un elevado número de víctimas y la destrucción física del centro de la ciudad. Se ha escrito mucho sobre este hecho y hay autores que confirman mi propia interpretación del suceso.
Gernika no fue seleccionada como blanco del ataque por razones militares, sino debido a su profundo significado simbólico como lugar emblemático y sagrado en la cultura vasca (Raento and Watson, 2000, p. 715).
El bombardeo supuso una herida traumática y un contundente golpe, no sólo a lo material, sino también a la historia, arquetipo y esencia del Pueblo Vasco. El arquetipo del Pueblo Vasco es la dignidad y la soberanía, conectado ala Madre Tierray a los elementos, y con un profundo sentido de lo sagrado. Después del ataque, este pueblo sintió que se le había arrebatado su identidad. Su arquetipo quedó debilitado y las cualidades que lo caracterizaban, como la dignidad, la honestidad, la conexión y la autenticidad, pasaron a un estado inactivo. El investigador Kai Erikson (2008) expresó que el trauma colectivo es un duro golpe a los tejidos de la vida social. De alguna manera, añade, la comunidad deja de existir como fuente eficaz de apoyo. Como resultado, desaparece una parte importante del ser (citado en Watkins, p. 107). En el caso del País Vasco, el pueblo se sintió derrotado y, aunque se resistió a asumir este hecho, fue tratado como un pueblo de categoría inferior al que se le negó el derecho a hablar su propio idioma y a expresar muchas de sus tradiciones.
Para el pueblo vasco fue muy difícil asumir que había sido derrotado. Esto despertó una gran sombra que fomentó una respuesta defensiva, protagonizada por un amplio sector de la sociedad. En nuestro caso, esta respuesta activó aún más la sombra cultural porque el recurso a la violencia, ante la incapacidad de expresar el dolor de la derrota, dificultó la posibilidad de acceder al sentimiento de dolor. De hecho, después de 75 años, aún nos resulta doloroso integrar estos hechos traumáticos.
Volviendo al caso de nuestra comunidad, cinco años después de la escisión traumática y del bombardeo mediático sobre este proyecto centrado especialmente en mi persona, entiendo este suceso como la retraumatización de un pasado histórico en el escenario presente de nuestra comunidad, que manifiesta la necesidad de tomar conciencia de la dificultad de sentir el dolor, con el fin de hacer duelo de aquellas memorias de pérdida con las que resonamos dentro del campo colectivo. De ese modo, he comprobado que es posible honrar el destino de nuestros antepasados abandonando la actitud de lucha, reflejo de que tal destino aún no ha sido aceptado. Este trabajo realizado en el marco de la comunidad nos conectó con la vulnerabilidad necesaria para transformar la dureza en firmeza y emerger de las cenizas habiendo recuperado las memorias que nos completan y poder seguir el camino más libres de la carga del pasado.
El proceso que he facilitado a nivel comunitario ha sido fruto de un profundo trabajo interno que se conoce con el nombre de anamnesis, término psicoanalítico que se refiere a una labor de reflexión y trabajo emocional a través de nuestra relación con sucesos pasados (Watkins, 2008, p. 88). En nuestro caso, este proceso aún no ha concluido para todos los miembros de la comunidad, ya que, en la actualidad, siguen emergiendo aspectos que completan la comprensión y el análisis de los sucesos. Tomar responsabilidad de ellos implicaría dejar de ser arrastrados por el inconsciente colectivo y poner conciencia a favor de la individuación personal y de la madurez grupal.
Trabajar en comunidad con una intención y con el compromiso consciente de encontrarnos con todos los contenidos que habíamos rechazado, nos ha permitido recuperar memorias, tanto a nivel individual como colectivo que, mientras permanecían en el inconsciente, nos abocaban a repetir el pasado en nuestra vida cotidiana. Recuperar dichas memorias ha contribuido a nuestro empoderamiento pues, en ellas, hemos rescatado también partes de nosotros mismos, así como nuestra identidad perdida.
Nada de esto habría sido posible sin la interacción con el otro y sin un trabajo de toma de responsabilidad de la parte que nos correspondía a cada uno, es decir, de nuestra sombra. A nivel social, intuyo que el trabajo realizado en el marco de la comunidad, como el realizado desde otras muchas plataformas sociales, ha contribuido de manera sutil en el proceso que está teniendo lugar en el pueblo vasco. Ha sido interesante cotejar la sincronía con el giro que ha experimentado esta sociedad, en la que se aprecian actitudes menos polarizadas y una intención de toma de responsabilidad. Creo que nuestra experiencia apoya la tesis cada vez más extendida de que la transformación de un campo grupal repercute también en su cultura. Por lo tanto, teniendo en cuenta todo lo anterior, puedo afirmar que el trabajo en comunidad consciente se puede convertir en una propuesta de transformación, sanación y empoderamiento.
Para terminar, las palabras de Watkins (2008) ilustran lo que el proyecto Amalurra pretende ser: un programa revolucionario, cuyo objetivo central no es una utopía futura, por la cual tenemos que sacrificarnos en el presente, sino una práctica continua de diálogo y restauración con el propósito de construir comunidades más humanas (p. 25).
Referencias
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- McLaughlin, C., & Davidson, G. (1985). Builders of the dawn: Community lifestyles in a changing world.Summertown,TN: Book Publishing Company.
- Palmer, P. (1998). The courage to teach: Exploring the inner landscape of a teacher’s life.San Francisco,CA: Jossey-Bass.
- Raento, P. & Watson, C. J., (2000). Gernika,Guernica,Guernica? Contested meanings of a Basque place. Political Geography 19, 707-736.UniversityofNevada,Reno: Pergamon.
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- Von Franz, M.L. (1981). Alchemy: An introduction to the symbolism and psychology.Toronto,Canada: Inner City.
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