El verano es la estación en que el sol está más cerca de la Tierra, cuando sus rayos descienden con mayor perpendicularidad sobre nuestras cabezas. Las consecuencias ópticas de esta realidad estival son que la sombra de cada cosa se proyecta concentrada en torno al objeto que la provoca y que, debido a la intensidad de la luz, es mucho más visible.
Esta cuestión física resulta ser la metáfora de lo que sucede con la sombra del ser humano en tiempo de verano. Por ello, es un momento idóneo para detectarla y aprender de ella, con ayuda de la naturaleza, cuál es el camino y la manera para llegar a acogerla con amor.
El fin de semana del 27 al 29 de julio facilité el taller “Abrazando la Sombra”, al que asistieron cerca de un centenar personas y que fue seguido de un retiro de cuatro días en los bosques de la comunidad Amalurra. El propósito de estos dos programas complementarios que vengo organizando desde hace cinco años durante el verano es encontrar las visiones de corazón que hay atrapadas entre los pliegues de las partes que más rechazamos de nosotros mismos. Esas visiones, que están conectadas a nuestra esencia, solo llegarán a nosotros cuando permitamos que la sombra que nos confronta se acerque lo suficiente como para que podamos sentirla y acogerla. Así es como esta, al sentirse parte, devuelve la visión a nuestro corazón.
Tras el taller y el retiro hemos recogido muchas enseñanzas de la diversidad de manifestaciones de la mitad oscura de la humanidad de la que todos somos parte. Pero quisiera destacar un aprendizaje del que todos hemos sido actores y testigos y que, realmente considero fundamental para construir una cultura de paz auténtica y sostenible: la conciencia, esa mirada capaz de incluir y amar todo lo que existe, solo se manifiesta cuando las dos partes opuestas que constituyen nuestra naturaleza (sombra y luz, destrucción y vida, tierra y cielo…) están en perfecto equilibrio y ambas son vistas.
Mientras caminemos sobre la Tierra, en este cuerpo físico y en esta dimensión, nuestro corazón estará completo cuando lleguemos a abrazar el otro lado, es decir, lo que lo cuestiona y desafía, porque es únicamente ahí, en el espacio que rechazamos, a menudo inconscientemente, donde encontraremos lo que nos completa y nos da la fuerza para ser quienes realmente somos.